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Un paseo.

Un paseo.

Después de haber pasado todo un invierno frío y yendo al especialista de digestivo, a que me  vaya curando semanalmente, llega la primavera y con los días cálidos, que animan a salir… cojo mi bolso, con mi libreta y la radio.
 Animada, escuchando las canciones, marchosas y los comentarios alegres del locutor mis piernas se ponen a andar con la meta de ir un poco más lejos que de costumbre.
 Mi ancha calle me lleva hasta la rambla de Pueblonuevo, pero evito las tiendas y me voy a la playa donde en un parque estaban reunidos varios dueños de perros y pienso  “aquí no podría yo encajar con mi perra, que no quiere venir cuando la dejo suelta y a mi eso no me hace gracia y paso un mal rato”, paso de largo y me quito los auriculares para escuchar el ruido mañanero de la playa sin coches. Miro el reloj a ver cuanto tiempo he caminado:¡ media hora más que en el invierno!.
 Me siento en un banco y me pongo a escribir, mientras los deportistas y ciclistas van pasando, sin bolso pero sí con auriculares.
 Bueno, al menos algo que me asemeja a ellos que también van acompañados de la música. Escribo mi diario e intento escribir sobre el sentido de la vida, embebida por lo que ven mis ojos y oyen mis orejas llego a la conclusión de que:” La vida es disfrutar de lo que tenemos”.

Maribel Fernández Cabañas.



El brasero de picón.


El brasero de picón.



Mi madre era alegre, con que alegría y con que poco cansancio, preparaba el brasero de picón en el patio a 0ºC a las 7 de la mañana:

 Primero sacaba el picón de encina que venían vendiendo los hombres en un carro: ¡¡ Al buen picón de encina!!, gritaban, y las mujeres salían a la puerta a comprarle el saco de picón a los carboneros.

Sí mi madre, primero sacaba el picón de un saco de rafia y se tiznaba todas las manos y lo echaba en el brasero de hierro , luego ponía entre los trocitos de picón o carbón fino, un papel de periódico y le prendía fuego con unos mistos o fósforos, hasta que se iban encendiendo las primeras brasas,entonces soplaba con un cartón para que se fueran avivando  y se acabara de encender la parte alta de la montañíta que formaba el fino carbón, luego lo tapaba con un poco de ceniza de la que había sobrado del otro brasero, del día anterior, y la colocaba bien con una badila de hierro.



Después lo llevaba al comedor y lo ponía en el agujero central de la tarima de madera , que era parte de la mesa- camilla …¡ ya estaba la estancia calentita!. Nos podíamos sentar a desayunar las tostadas untadas con cachuela o paté de la matanza del cerdo y un vaso de café con leche.

Café portugués “el camello” comprado en Elvas ( Portugal, Frontera con Badajoz) y hecho en una olla o puchero de porcelana roja con un solo asa y alargada, especial para que el café conservara mejor su sabor.

La olla se llenaba de agua y cuando el agua empezaba a hervir se echaba el café molido, luego, se retiraba la olla del fuego y se dejaba reposar y  más tarde se colaba con un colador de tela y los posos sobrantes se guardaban para hacer el siguiente puchero de café, ¡que bueno estaba el café portugués y que no faltara! que entonces se lo comprábamos, por gramos, que salía más caro, a la siña o señora Angela, que lo traía de estraperlo.

Maribel Fernández Cabañas.

libreria Bubok

Hola:
 Para los que estéis interesados en comprar el libro os doy la página, ya está disponible a 11,41€.
Yo he pedido algunos ejemplares, que a precio de autor son a 8 euros, para quien pueda ponerse en contacto conmigo.
En Lobón lo podrán comprar a través de mi hermano( pero esto tardará un par de semanas, hasta que lleguen por correo).
Abrazos a tod@s
Maribel.

http://www.bubok.es/libros/210632/RELATOS-COSTUMBRISTAS

Picando en este link podéis entrar en la librería.

Portada del libro" relatos costumbristas"

Hola:
En este mes de marzo saldrá el libro con esta portada.El jarrito lo tenía mi madre en el comedor de la casa del pueblo y el paño de croché también.Le he pedido a mi marido, que es buen fotográfo, que haga la fotografía.¿ Qué
os parece?.¡ Animaros a hacer comentarios!.
Abrazos,

La habitación.

La Habitación.

A mis 10 años mis padres dijeron adiós a la casa compartida con mis abuelos y nos instalamos en otra casa aún más vieja que necesitó días y meses para rascar la pintura azul fuerte que tenía hasta media pared, a modo de zócalo. Las paredes eran de adobe y piedra.
En aquella época no había ni pintores ni casi nada de lo que hay ahora, entre mi madre y mis tías, estropeándose las manos, consiguieron que esas paredes lucieran un blanco inmaculado, todas por igual y un zócalo bajito de media cuarta del mismo color que la madera ocre de las puertas.
También cosieron, con la máquina de pedal Singer, unas colchas de lienzo blanco roto y las bordaron con gusto y esmero y con ellas cubrieron las dos camas de la habitación nuestra” la habitación de las niñas”.
En esta habitación dormía yo con mi hermana Julia en una cama y mi hermana Flora, la mayor, en otra ella sola.
A la hora de irnos a la cama a mí y a Julia nos gustaba conversar y también ir leyendo cada una una página del libro de cuentos que hubiéramos sacado ese mes del bibliobús. Pero Flora era de las que apagaban la luz y todos a dormir que mañana hay que madrugar.
Yo volvía a encender la luz y Flora la volvía a apagar con lo cual era una lucha infructuosa y Julia y yo dejábamos la lectura y hablábamos en voz bajita.
Pasaron unos años y a mi se me ocurrió que un buen sitio para tener la luz encendida podía ser el hueco de la escalera del “doblao” donde podríamos poner unos cojines y un flexo y sentarnos a leer en pijama.
Se lo pedimos a mi madre y ella habló con un vecino que sabía de electricidad y nos instaló la luz en el hueco de la escalera. Cuanto se lo agradecí a este vecino.
Mi hermana Flora no rechistó y se quedaba dormida la primera como siempre y nosotras dos leyendo en nuestro rinconcito.


Maribel FC