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ANA

ANA 

Mi madre me mandaba a casa de Ana a que le llevara las medias a arreglar, unas de color carne, otras negras, algunas con estampados de flores o las medias de malla. Yo iba contenta por esas calles empedradas y empinadas del pueblo, hasta que llegaba a casa de Ana y allí me sentaba un rato a observar como con sus hábiles manos y una aguja especial arreglaba las carreras y enganchones de las medias por cinco duros, en aquellos años sesenta.

Que divertido era ver la destreza, la simpatía, el desparpajo y la rapidez con las que esta mujer cosía las medias con una aguja especial y muy fina; las dejaba como para estrenar nuevitas. Al cabo de un par de días ya estaban listas para que mi madre las luciera el domingo para ir a misa o cuando salía a pasear con mi padre.

Pasaron 10 años y yo me fui a trabajar a Madrid e iba a este pueblecito del sur en vacaciones.Siempre guardaba mis medias no se las daba a ninguna costurera de la capital las guardaba para Ana que con su alegría me contaba anécdotas de mis padres y mis tios de niños.

Corría 1985 y fui a su casa pero ya todo se había girado, ella ya  no cosía  estaba en una mecedora de bambú sentada haciendo una colcha de  ganchillo con una aguja gorda de lana. Noté que había perdido parte de su gracia y la sonrisa. No me nombró sólo le preguntó a su hija: ─ ¿Esta es la hija de Alfonsa la madrileña? No seguía ninguna conversación repetía cincuenta veces las mismas historias de cuando ella era una niña y se montaba en la mula de su padre. Le doy dos besos y me despido de ella que esta como ausente.

Su hija me acompaña a la puerta y me explica aparte, resignada que su demencia senil va deteriorándola progresivamente. La abrazo, lloro y suspiro con ella, despidiéndome hasta sabe Dios cuando porque la empresa me ha trasladado a Paris.


Maribel Fernández Cabañas