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Rastrillo

RASTRILLO

Es domingo un domingo entre veraniego y otoñal, las calles del Barrio Gótico están solitarias pero llenas de luz y de frescor por los de la limpieza del ayuntamiento que riegan las calles con su manguera. Da gusto caminar y poder hacer fotos al ayuntamiento de estilo neoclásico y al Palacio de la Generalitat de estilo barroco.

  Todas las cafeterías están cerradas, con lo cual mi desayuno se retrasa, cosa que no le hace gracia a mi estómago, por el contrario  mi vista  se va recreando en los edificios nobles, totalmente despejados de grupos de turistas que dentro de un rato aparecerán con sus cámaras de fotos.

Sigo andando por una calle que hace bajada y me encuentro con lo que dirían en Marruecos “un zoco”: mucha gente agolpada alrededor de unos tenderetes, son los coleccionistas de monedas y  sellos, todos entrados en años, sólo hombres.

Me siento en un banco y los contemplo, están empezando sus primeras ventas y trueques. Pero de pronto hay algo que no me encaja con la filatelia y la numismática: gente alrededor de los tenderetes con bolsas llenas de cosas y maletas  muy sucias y no son turistas, más bien son personas marginales. Me pregunto ¿qué hacen aquí si no llevan albunes de monedas, ni de sellos? Uno de ellos es una anciana con sombrero de paja, pantalón largo y camisa de flores que tiene muchos tic nerviosos y sus manos tiemblan mientras, saca de una de sus bolsas una sábana y la extiende en el suelo, donde acto seguido va colocando, con esmero, unos zapatos de tacón blanco que bien podrían ser de su noche de bodas, y unas gafas de sol… baratijas y  más baratijas. Un hombre alto y con bigote hace lo mismo que ella y así se forma un mercadillo de objetos de segunda mano.

Observo que están ahí intranquilos. Mientras otros tempraneros se acercan, tocan las gafas y los tacones y objetos expuestos para la venta, abren su monederito sacando unas monedas y un billete de cinco euros y sin envoltorio ni nada se llevan la compra. Los compradores sonríen parece que han hecho el negocio del día.

Los del rastrillo de segunda mano,  miran izquierda derecha de la plaza  y de pronto recogen todo en su sabana y echan a correr por las bocacalles, la anciana a paso lento se refugia entre los soportales que rodean toda la Plaza Real, escondiéndose entre turistas mañaneros que toman té con croissants.

  Miro a ver qué pasa, ¿qué es lo que los ha espantado? y son dos policías que se acercan para levantarles el tenderete y ponerles una multa. Afortunadamente ninguno ha sido enganchado.
Es entonces cuando me alejo, yo también, y vuelvo por donde he venido.


Maribel