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Nochebuena

Nochebuena

Me acuerdo de Nochebuena en mi pueblo: desde los villancicos de mi infancia por las calles, casa por casa, pidiendo el aguinaldo. Así, en casa de Jacintita, una mujer casada pero a la que Dios no le había dado hijos, y nos cogía en su regazo y le cantábamos villancicos “Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Reyes Magos caminito de Belén, olé, olé Holanda; Holanda ya se fue. Cargaditos de juguetes para el niño de Belén…”

 Y ella nos miraba con su sonrisa y con su ternura y nos daba unos mantecados y unas peladillas y turrones y allí permanecíamos en esa casa de suelos de baldosas con dibujos coloreados de flores geométricas y con sus muebles de madera oscura, estilo siglo XIX.  Había cariño en esa mujer que recibía la alegría de esos niños infantiles con su coro de voces dulces.

 También pedíamos el aguinaldo llamando a las puertas y tocando la pandereta y la zambomba, zambomba hecha por mi padre con un tiesto de barro y una tripa del intestino del cerdo que con mucha paciencia habían dejado secar  de la matanza del año anterior y una caña de las barreras.

Barreras que rodeaban el pueblo situado en un cerro y  al lado del bebedero de las mulas, junto al  convento en ruinas donde se hacía un Pesebre o Belén con los personajes religiosos que el cura había dado menester prestar al pueblo para alegrarlo. Luces de colores navideñas rodeaban  toda la bóveda del citado convento y se veía desde bien lejos, desde la carretera nacional por donde pasaban muchos paisanos de los pueblos de alrededor, de paso para la capital de provincia o Portugal y se paraban a contemplarlo.

Sí, con la pandereta y la zambomba, casa por casa, pedíamos el aguinaldo, eso el 24 de diciembre antes de recogernos en nuestras casas para la cena de Nochebuena:” Dame el aguinaldo carita de rosa, dame el aguinaldo no seas roñosa. La campana gorda de la catedral se te caerá encima si no me lo das y si me lo das, pasarás las Pascuas con felicidad”.

Y en alguna ocasión no sólo nos dieron dulces típicos, sino dos reales o alguna pesetilla y las íbamos juntando con entusiasmo.


Maribel Fernández Cabañas


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