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Continuar el día

Continuar el día.
Lucía había dormido mal, se había despertado a las cuatro de la madrugada con una pesadilla, y como ella es amante de la interpretación de los sueños la escribió en un papel con mala letruca. Acto seguido se tomó un vaso de leche y se volvió a meter en la cama, nadie se despertó ni siquiera la perrita que dormía plácidamente

A las siete de la mañana sonó el despertador y Lucía enseguida, aunque soñolienta se fue al congelador y como una autómata sacó el bocadillo de Luisito para la hora del recreo, luego a la ducha, y a tomarse un café expreso con una magdalena (la rutina de lunes a viernes).

El día se le fue enderezando cuando abrió el correo electrónico y leyó una carta de su querida amiga Leticia en la que les recordaba, a las cuatro del grupo de escritura, que el jueves habían quedado en el Espacio Liceo, una cafetería con mesas grandes y bien iluminadas donde podrían leer y comentar sus respectivos relatos.
Y a las ocho y media ya estaban los hombres de la casa preparados para salir. Ella se pondría a limpiar y poner unas lavadoras y a cocinar unas ricas legumbres al estilo de la fabada asturiana. Eso sí, sin faltarle la música en sus auriculares.

Y a medida que fue pasando el día la pesadilla se fue diluyendo en su mente, y no volvió a mirar el papel escrito .Lucía dejó que se borrada lo pesado y se quedó con lo ligero: la buena música, la limpieza del hogar, un poco de movimiento por el barrio cruzando unas palabras con los conocidos Y ¡cómo no!: escribiendo.


Maribel Fernández Cabañas

Como lo agradece el cuerpo cuando lo cuidamos



Ayer por la tarde me fui a dar una vuelta por la rambla de Pueblonuevo iba buscando una perfumería y también una tienda de té pero en realidad lo que quería era salir un rato de casa.

Como tenía un callo en la planta del pie derecho, después de dos horas andando por las tiendecitas y sin sentarme a tomar nada en las cafeterías, que recorren todo lo largo de la calle,mi callo me dolía mucho,además echaba de menos a mis amigas vecinas con las que otras veces he paseado por ahí. 
Pero en las tiendecitas pequeñas eran amables, no tenían muchos compradores pues por ser campaña navideña los clientes se habían desplazado en masa al centro y a los grandes almacenes, para comprar regalos para los amigos y familiares, y me prestaban atención así que pude preguntar sobre todo lo que me interesaba.

Mi callo me seguía dando la lata. Iba andando despacio, disfrutando del ambiente urbano que creo que desde el verano no pisaba o quizás no tanto. Me fijaba en la gente que iba andando unos con los cochecitos de sus bebés, otros con greñas y perros mal cuidados, las señoras del barrio con sus abrigos bien abrochados y agarradas por el brazo charla que te charla, pasaban la tarde. Los vendedores ambulantes habían colocado sus tenderetes con garrapiñadas, turrones, almendras y otros con bisutería artesanal. La rambla estaba alegre, pero mi pie me molestaba.

Al llegar a casa en bus, quería con toda la necesidad del mundo meter los pies en el bidé con agua caliente y sal, nada me lo impedía sólo el cansancio. Me tumbé en el sillón y más tarde cuando ya todos estábamos en casa recogidos para cenar y adentrarnos en la tranquilidad de la noche, me fui a la ducha, con el calefactor puesto. 
Dejé que saliera el agua calentita por la alcachofa y con una esponja corriente y el gel de aloe vera me masajeé todo el cuerpo recreándome en mi pie derecho al cual, una vez seco, le di un masaje con crema hidratante.
Ya con el pijama puesto y las zapatillas de borreguito mis pies  no me dolían, pues los había tratado muy bien con agua, jabón, masaje y calzado cómodo y les prometí que de esta semana no pasaba que los llevaría al callista.


Maribel Fernández Cabañas.


Regalos

Regalos

Estamos en época de regalos, los papás piden un Ipad, los niños no tan niños un móvil, pero no un móvil cualquiera sino un Smarfhone.
 Recuerdo el último regalo que me hicieron mis padres por estás fechas: unos guantes, que aún conservo, unos preciosos guantes de lana negros que me abrigaban del frío. Yo les regalé a ellos un frasco de colonia y tan felices.
¡Cómo disfrutábamos con poder comer, una vez al año, turrón de Suchars y tortas de almendras! y como no el queso de almendra casero, que hacían nuestras madres.Era como una especie de mazapán.

Ahora regalos para el día del amigo invisible, regalos para papá Noël, regalos para Reyes y venga regalos y las tiendas abiertas en domingo, creo que es un abuso.

Un detalle es bonito, pero sin tener que dejarnos los ahorros y también regalar una participación de lotería o mandar un deseo en una felicitación navideña por escrito, aunque sea con un simple y escueto” Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo”.


Maribel Fernández Cabañas.


El piso de Lucía.

El piso de Lucía.

Lucía, entra en su piso después de una larga jornada de trabajo en la que se han cumplido casi todos sus objetivos va vestida con unas botas altas, pantalón estrecho y jerséis largo, lleva un fular de seda que le acaricia el cuello, su pelo a melena liso y brillante le cae sobre los hombros. Casi se le ha ido el maquillaje.

Además, al abrir la puerta del piso nota un agradable olor a jabón de aloe vera y entreoye la música clásica que viene de la puerta del salón, ve el mueble del recibidor en el que destaca el florero con las margaritas blancas que ella colocó ayer, se respira paz.

─Hola!
─Hola mamá responde Luisito, desde su habitación
─Hola responde otra voz infantil
─Hola cariño, este es Luis desde el salón

Pero la única que  sale a recibirla, es la fiel Nina que le da la patita para ver si hay chuches y Lucía saca del cajón del mueble una bolsa de huesos y le lanza  uno al aire, ella lo coge al vuelo.

Lucía, apaga la luz de la cocina, que encuentra encendida, pasa al salón y le da un beso a Luís el cual está en el sillón de masaje escuchando Noches en los jardines de España de Falla.

Luego sigue por el pasillo y apaga la luz del estudio también encendida hasta que llega a la habitación del niño que está jugando tendido en la moqueta con su amigo Jorge a los clic de famobil.Los niños saludan pero siguen con su juego y Lucía entra en su habitación deja el bolso se ducha con Aloe vera y se pone el pijama y cuando sale del baño ya no oye la música, pero hay un olorcito a tortilla de patatas que la hace más feliz:

¡Gracias Luís por cocinar hoy! Y abraza a su marido que ya está con la sartén por el mango y el delantal puesto.


Maribel Fernández Cabañas.







De tiendas.

De tiendas.

Corrían los años setenta por nuestro pequeño pueblo de calles empedradas, al que aún le faltaban muchos años para “modernizarse”.
Mi hermana y yo de nueve y diez años, respectivamente, y las dos primas de la misma edad, acompañadas de mi madre y mis tías, que  nos llevaban, en autobús de línea al pueblo de al lado, de calles asfaltadas, semáforos y coches.

Teníamos que madrugar pero contentas, ya que iban a comprarnos  ropa y zapatos al centro de la comarca donde había todas las tiendas que en nuestro pueblecito  faltaban.

Allí, nos compramos esos abrigos de paño con botones militares. Yo de color marrón una de mis primas verde pistacho. Mi hermana y mi otra prima azul marino. Y tan contentas que íbamos. La tienda de ropa estaba en la plaza de Hernán Cortes, con jardines de seto bien podado y una fuente.

En mi pueblo lo único que había eran “las barreras” del camino a los bebederos de los burros, llenas de chumberas y pitas o cactus y nos entreteníamos cortándolas para vender sus trozos, después de quitarles los pinchos con un cuchillo de cocina, en el comercio que montábamos, mientras jugábamos a las “casitas” en la calle Santiago, que no tenía fuente pero si una piedra de molino enorme, donde nos sentábamos a jugar e incluso, ya de mocitas, a coquetear con nuestros novios.

Mi madre, nos cuidaba la ropa para que nos durara más de un año, guardándola en una funda de tela en el perchero con polil y entrándole al largo del abrigo recién comprado y dos tallas más grandes, para que aguantara años o sacándole cuando crecíamos.
 Lucíamos esos abrigos por la calle para ir al colegio, también para salir los domingos con nuestros padres a tomar el vermut y de ahí irnos a comer a casa de nuestros abuelos.


Maribel Fernández Cabañas.




Mi marido.

Mi marido.

Cuando de soltero vivía en aquel piso minúsculo de alquiler, revelaba fotos en blanco y negro fotos tristonas de viajes a monumentos históricos en excursiones organizadas.

Pero a medida que ha ido pasando el tiempo y con su creatividad y dedicación, ha ido ampliando sus dotes de fotógrafo y plasma paisajes, no muy lejanos, llenos de luz y alegría.

Aquí os muestro una de sus últimas fotografías.Algunas ilustrarán el libro, que con recopilaciones del blog y con otros relatos no publicados editaré en un futuro.
Esta fotografía de A. Zarraluqui Santesteban, será expuesta, junto con una colección, en una sala de Barcelona que ya os iré anunciando.






Sin compromisos.

 Sin compromisos.

Saber que tengo todo el fin de semana en libertad para hacer lo que me apetezca.
 Que peso me he quitado de encima sin tener que ir con mi amiga María a darle vueltas durante dos horas a la fachada de la sagrada familia con un guía que nos explicaría todo el simbolismo de la cristiandad, que ya le tocó a mi hijo hacer un trabajo sobre esto y era pesado, y además el arte masónico, hasta interpretar una piedrecita azul que está situada bien lejos y que casi la vista no la distingue.

También me he librado de ir con mi vecina Agata a escuchar un monólogo de dos horas en un teatro y es que a mí lo que me gusta, con este buen tiempo, es ir a un parque a comerme la merienda y hacer fotos al lago, a los coches de caballo, a los niños correteando… Pero ellas parece que si no adquieren cultura no disfrutan, tienen que aprovechar bien su tiempo libre y a mí me gusta perderlo. Ya lo aprovecho bastante de lunes a viernes. Que menos que ser libre un fin de semana.

Para mi ser libre significa no tener prisa, ni tener que llegar puntual a un sitio, ni depender de horarios.
Este fin de semana además estaré sola en casa, mi marido y mi hijo se van al pueblo con mi suegra con lo cual no tendré ni que cocinar. A ver si mis amigas aceptan un bocata en el parque.

Maribel Fernández Cabañas.






Amanecer noviembre.

Amanecer noviembre.

 Salir un domingo a la calle e ir andando y a cada paso ir contemplando el amanecer en el mar: los rosas, celestes, grises y anaranjados colores del cielo. Reflejos del sol que empieza a despertarse.

Seguir andando por la larga calle, encontrarme a una señora conocida y sencilla que con sus faldas y sus zapatillas de deporte va andando a paso rápido y me da los buenos días.

 Continuar hasta llegar a mi bar favorito, porque desde el puedo contemplar bien el amanecer y porque tiene mesas grandes donde sentarme a escribir. 

Desayunar un café solo y un croissant recién hecho y cuando voy a la barra a pagar  veo una orza de aceitunas machadas como las de mi pueblo y he exclamado ¡que buenas las aceitunas machadas!  El  camarero, sonriente, me ha puesto un platito para que las pruebe.

No pega mucho a estas horas y menos para desayunar, pero a mí me han sabido a cariño, ese cariño que le ponían nuestros mayores cuando primero las machaban, luego las ponían en agua muchos días para que endulzaran y al final las aliñaban con ajos pimientos y tomillo y sal, hasta que pasaba bastante tiempo y las servían en  la mesa de acompañamiento con el vinito y un buen plato de carne.

Y es que esté uno donde esté, ya sea pueblo o ciudad, todos los lugares tienen su encanto y las personas también.

Maribel Fernández Cabañas


Mi hijo Agustín.

Mi hijo Agustín.
Me acuerdo del primer garabato que hizo, aún lo conservo, y luego sus trazos libres en papel de envolver en el suelo del salón con lápices que tenían forma triangular y eran más anchos que el formato adulto y así seguiría por cuando empezó a escribir su nombre y un papá y mamá y luego el nombre de sus compañeros y compañeras de clase.
Escrituras infantiles que aún conservo junto con dibujos y ahora tan orgullosa como he estado siempre de él, puedo enseñaros a todos los que seguís mi blog un escrito que desinteresadamente me han cedido el y una compañera de clase:


 La LOMCE y sus consecuencias

La llamada Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Educación está causando mucho alboroto entre los estudiantes de hoy en día. Ya que está cambiando demasiadas cosas e imponiendo el habla de una lengua en comunidades bilingües.
Nos vamos a centrar prácticamente en cómo afecta la LOMCE en Cataluña y como intentan abolir un lenguaje y una cultura a una comunidad autónoma y privando a los profesores y niños aprender y enseñar en su lengua.
Una de las cosas que propone la ley, es quitar la selectividad, pero en cambio poner exámenes de reválida y el examen propio de cada universidad, que causará que menos estudiantes puedan acceder a la universidad y estén peor formados de lo que podrían haber llegado a estar.
Otra propuesta es que en Cataluña las clases se tendrán que impartir obligatoriamente haciendo la mitad de las clases en castellano y las otras en catalán, pero que si un solo alumno pide la enseñanza en castellano, todo el centro deberá cambiar el idioma a solo el castellano.
La asignatura de Religión cobrara mayor importancia a la hora de evaluar el expediente académico de cada alumno, y contabilizará como cualquier otra asignatura troncal. Por tanto los alumnos de escuelas religiosas tendrán ventajas porque se les habrá impartido una educación religiosa desde bien jóvenes.
Incluso se podrá adelantar dinero público a familias que no puedan pagar escuelas privadas de enseñanza en castellano.
Nosotros estamos en contra de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Educación porque creemos que no está mejorando la calidad ya que cierra puertas a nuevos idiomas que aprender como el catalán para los estudiantes y dificulta el paso a una Mejor institución para formar mejor a los futuros trabajadores del país.



Lara Borrás Garzón
Agustín Zarraluqui
4º E.S.O. b

El mercado 1.

El mercado.

El sábado en el mercado, por la mañana, las mamás y papás de mi edad o más jóvenes se agolpaban en el puesto de Sandra la pescadera. Sin embargo el de Juan el carnicero, estaba vacío.

Y yo que iba buscando lenguados y carne de cerdo me olvidé de la pescadería por no hacer cola y el carnicero, después de desearme  buenos días, me dio una charla de presentación de su tienda. 
No tenía “carrillada” que era la carne que yo iba buscando para la receta andaluza que pensaba hacer imitando una riquísima carne en salsa que comí el año pasado por estas fechas en casa de mi amiga de Tocina que tiene un blog sobre juegos y canciones de antes el cual os recomiendo:

Juan, mientras me enseñaba la butifarra de setas, el solomillo de cerdo, las chuletas, los canelones, listos para el horno, etc. me iba contando que llevaba veinte años comprando sus productos a una casa de Vic y que son de la mejor calidad.

Opté por llevarme butifarra y canelones.  Así no tendría que correr para cocinar, que la carne en salsa es muy laboriosa y en el mercado estaba muy bien escuchando a Juan. Que sin prisa me contaba que este año va a ser un buen año de setas y me dió alguna receta que otra para hacer solomillo al horno con setas y patatas a cuadritos.

Y yo que no salgo del súper que tengo al lado de casa… el  poder ser atendida por una persona y no eso de coger fríamente las cosas y echarlas al carro de la compra…  me resultó muy humano el mercado y seguí recorriéndolo  de pasada .

Luego me paré en un puestecito donde  una señora no muy mayor pero envejecida, porque es hortelana, según deduje por la calidad de sus verduras… como las del huerto que tenía mi padre ,agricultor, y por las arrugas de su frente  de  horas a la intemperie. Era la señora Dolores la de la fruta, de  mirada triste, sonrisa dulce y bonachona y me iba pesando los pimientos, tomates, con sus ennegrecidas uñas de arrancar las verduras de la tierra de labor.
 Poco conversadora pero expresiva. Guardé todo en mi cesta de rafia y  me despedí de ella: ¡Hasta el sábado que viene! dije yo. Si Dios quiere, contestó ella.

Maribel Fernández Cabañas.





Ramas de Eucaliptos.

Ramas de Eucaliptos.

El jueves, a primera hora de la mañana, paseando por Las Ramblas vi a una señora de aquí que llevaba unas ramas verdes envueltas formando una ramo, destacaba entre los rubios turistas vestidos sin gusto ,con sandalias y calcetines.

Me resultó sencillo el ramo, era un ramo que también veo en la Zona Alta cuando voy al dentista y se les ve muy alegres a estas señoras que superan los cincuenta, a las que me imagino que cuidan mucho de su hogar y yo como curiosa y hogareña , deseaba poner en mi jarrón vacío uno.

Pero siempre iba de paso y a hacer algo. Hasta que hoy casualmente le he dicho a mi marido por favor cariño acompáñame al mercado del barrio antiguo más cercano, ya que en el nuestro sólo hay un centro comercial donde  todo es “estándar” y sin solera.

Magnifico el ramo que me he comprado, resulta que es un ramo de eucaliptos pero de hojas redondeadas y más gruesas que los eucaliptos de La Fuente de mi pueblo, con cuyas semillas me hacía pulseras y collares de niña.Y  mi madre echaba en la estufa de carbón, para que oliera bien la estancia o los vapores de eucaliptos que respirábamos para los resfriados .

Aquí en la distancia de la ciudad, están también las hojas de estos árboles gigantes pero ornamentales y conservan el olor a invierno.

Maribel Fernández Cabañas


PD. Os recomiendo un blog sobre escritura de mi profesora Débora Castillo:”Los lunes en mi casa”

Despertar 2

Despertar 2.

Escribir en este momento de plenitud en el que no ha empezado el día en el que no hay que hacer nada, en el que ya está todo hecho. En el que puedo contemplar el cielo del suave y limpio  del amanecer y vislumbrar por sus nubes rosáceas que hoy, afortunadamente, va a salir el sol y sin verlo en la tele en el tiempo, sino pudiéndolo contemplar y admirar con todos mis sentidos: 
Un pájaro canta más fuerte, desde la rama de un árbol y sus amigos flojito, desde la hierba verde, picoteando gusanitos. Ni un ruido más, sólo los pasos míos y de mi perra. El olor a césped recién mojado por la intensa lluvia de ayer viernes, de mediados de octubre y hoy el día ha amanecido despejado.

Yo puedo escribir con calma y detenimiento, este momento de felicidad, este rato de tranquilidad y me tomo mi tostada con sobrasada de la que nos trajo un amigo de Menorca y mi gusto se despierta con un café calentito.

 Hoy afortunadamente casi nadie tiene que madrugar, ni siquiera los de las tiendas, porque hoy es fiesta pero seguro que en la ciudad algún médico, enfermero, maquinista tiene que hacer que lo más urgente siga en marcha.

Maribel Fernández Cabañas.




Despertar 1.

Despertar
Lucía se levanta a las seis de la mañana la casa está en silencio. Nadie le pide nada ni siquiera la perra que duerme en la habitación de Luisito. Es de noche, todavía el parque está solitario y silencioso ni siquiera se oyen los coches de la calle de al lado. Todo en absoluto silencio, ni un pájaro, ni un niño, ni las limpiadoras del hotel, nadie.
Al rato,se enciende una luz: la de los vecinos del cuarto, que tiene enfrente. Siente que no está sola.Pero esta compañía no le pesa ni la soledad tampoco, disfruta y se dedica a lo que más le gusta que es escribir en silencio, desde su terraza, respirando el aire, que ya refresca, en contraste con el calorcito humano que hay en la casa de cuatro personas que han pasado la noche roncando.

Ella en la terraza escribe unas líneas en la oscuridad de la mañana, rota por la luz del fluorescente que cuelga de la pared. Es el momento más tranquilo que tiene en todo el día en esta ciudad bulliciosa que a las 7 se despertará y ya no será lo mismo. Observa sus plantas, algunas como la alegría de la casa está florida, unas florecitas rosa muy delicadas, y el ficus que le regaló su madre y las margaritas aún cerradas.

Pero esta tranquilidad no dura mucho porque enseguida aparece Luis , a las 7 de la mañana, le da un beso de buenos días y le pregunta¿ Me has preparado el bocadillo para el almuerzo?.
A Luís le encanta que ella se lo haga, así se siente mimado como si aún fuera un niño y a ella no le cuesta trabajo ir a la panadería y comprar una barra de pan recién salida del horno y se va con su perrita que mueve el rabo porque va contenta a dar su primer paseo. El panadero, hace rato que también está despierto.


Maribel Fernández Cabañas.


Andi ( Continuación)


Andi( Continuación)

Andi me quita las canas moviéndome el cabello por partes, como haciendo caminitos con el peine y con movimientos rápidos y precisos va pintando mis canas una a una. Me las deja todas coloreadas y bonitas, Andi va tarareando ”Only you”( The Platters) mientras me pone el tinte y me tapa bien con la batita, y la toalla ,de un solo uso, para no mancharme la nuca. Andi en los días de lluvia dobla mi paraguas plegable y lo deja como a estrenar, el paraguas que yo he dejado medio tirado de mala gana en el paragüero. El me quita la chaqueta y me la cuelga en un perchero para que no se arrugue o digamos mejor para que se planche.

Es capaz de hacer dos cosas a la vez:¡ rin, rin! (suena el teléfono), son las diez de la mañana de un sábado otoñal y él con los guantes de goma puestos y manchados de tinte suelta la brocha, canta, habla, me pide disculpas y me dice que es un momentito que enseguida está conmigo y coge unas toallitas húmedas y se limpia las manos enguantadas y lo oigo hablar: Buenos días señora ¿Dígame? Ah pues ahora tengo un color y cuando acabe el color tengo que cortar a otra señora, le va bien a las 11?.  Lo anoto a las once señora Domínguez una permanente. Gracias y hasta luego.

Yo lo escucho y alucino de lo rápido que lo hace todo y lo observo mientras sigue tocándome el pelo. Lo veo por el espejo y sus pies sus manos sus ojos no paran: da pasitos por el espacio que tiene entre mi cabeza el sillón y la mesita con ruedas donde están sus utensilios y el cuenco con la pasta del tinte, a la vez que mueve sus manos cogiendo a picotazitos ,como los gorriones, pequeñas cantidades de tinte con su brocha y  va cubriendo mi cabellera, a la vez mira a la gente que pasa por la calle y que van al mercado o a hacer footing y me pregunta que si quiero una revista.

Y deja mi cabeza y coge la de otra señora, no sin antes recogerlo y ordenarlo todo,  a la vez habla con una mamá que trae a sus dos mellizos, que han llegado a cortarse el pelo y yo me quedo leyendo la revista y dejo de mirarlo porque si no me agota.
Pero de pronto los mellizos empiezan a tocar todos los potingues que tiene Andi colocados pulcramente, en pequeñas estanterías y a desordenar las revistas.Con mi cabeza en la revista oigo a Andi que empieza a cantar más alto y a moverse más rápido,
“Poronpompon, porompompon, pon, pero”( de Manolo Escobar). Veo, a través del espejo su cara, mientras el tinte que me ha puesto hace su efecto, sus ojos están desorbitados, sus cuatro pelos de punta, sus manos no paran de moverse agitadas haciendo aspavientos, sus pies se desplazan hasta la puerta de la calle y la abre y la cierra varias veces.Va y viene por la peluquería sin tocar ninguna cabeza.
Hasta que pierde la compostura y le dice a la mamá gritando: ¡ Señora llévese a sus niños que yo sólo atiendo a señoras mayores!.



Maribel Fernández Cabañas.


Despertar.



Despertar 1.

Salgo de la más pesada oscuridad de los sueños donde un camarero me decía que le debía una moneda de cinco céntimos y yo por más que buscaba en mi monedero no encontraba y era un agobio. Estaba en un lugar desconocido entre una mujer entrada en años que se paraba, ya que sus piernas no seguían el paso ligero de su hija… y me despierto atolondrada. Pero me pongo el chándal, recordando aun las caras de los personajes de mi sueño.

Subo las persianas y veo la suave luz del amanecer, cojo las llaves y me voy con mi perra a mi calle donde me da el fresquito de la mañana otoñal y puedo ver a los japoneses desayunando fruta, bizcocho y tostadas con mantequilla en el hotel de al lado. Contemplo la luz y los colores del cielo: el sol saliendo con su resplandor dorado entre las grises nubes… Y entonces se me pasa todo: me siento ágil, ligera decidida, alegre reconfortada, como nueva para seguir el día.

De vuelta del paseo, ya en mi portería, una joven vecina que va muy maquillada me da los buenos días sonriendo y acaricia a mi perra, yo le respondo y nos decimos adiós sonrientes.
Una vez  en mi piso, desayuno un zumo de naranja y una tostada con mantequilla y le echo el   pienso y el agua a mi perra. Acto seguido,  me paso por el aseo donde estoy un buen rato. Me pongo guapa, pero con una blusa negra y un pantalón de tergal gris y me voy de nuevo a la oscuridad de un entierro.


Maribel Fernández Cabañas.


"Tengo que"



“Tengo que”
Salgo de la cama medio dormida. Me visto, me pongo las zapatillas y me voy a andar, antes de que aparezca en mi mente un “tengo que”:
─ ¡ No, no quiero escucharme! .Me digo a mi misma.
─ ¡A andar que son las siete y hace buen tiempo!.
Estamos en septiembre: fresquito, pero no frío: ”Tienes que”( pienso). No nada, ¡A andar! (me repito), y salgo de mi casa.

Ya una vez en el paseo marítimo observo los grises y rosas del cielo lleno de nubes y el sol escondido, dejando entrever una luz color amarillo-fuego.
Gente andando que respira aire puro, pero contaminados por lo que va diciendo la radio a través de sus auriculares.
Oigo el ruido de las olas y como las saltan los de las tablas de surf, ataviados con sus trajes de neopreno, y el silencio de los pescadores aficionados, que en los espigones por los que voy pasando, han echado sus cañas al mar.
Y curioso, cuando paso delante de un montículo con matorrales, que separa una playa de otra, una mujer entrada en años, con unas bolsas del supermercado en una mano y un bastón en la otra, deja sus bolsas en el suelo, se sube las faldas y se pone a hacer pipí y es que a cierta edad es cuando, aunque tarde, uno es más libre y pasa de todo hasta del “qué dirán”.

Ya despierta vuelvo a casa, me meto en la ducha y cuando me estoy acicalando delante del espejo, me digo a mi misma:
─¡Tengo que pasear a la perra!. Y son las ocho de la mañana.


Maribel Fernández Cabañas.


Contemplando.

Contemplando.

Una estatua blanca y desnuda que flota de pie en el agua, un barco como la Santa María de Colón, con bodega, camarotes y tres mástiles que sostienen sus replegadas velas sin viento.

El nuevo edificio World Trade Center, con sus oficinas y salas de congresos cerradas.Y lo mejor la paz que reina en un domingo nublado aquí, a diez minutos del centro de Barcelona.

 Silencio de coches, sólo el vuelo de alguna gaviota o el pisar suave de algún deportista o de turistas, que bajan de los cruceros o simplemente gente madrugadora como yo.
 Disfrutar de estos lugares cuando están tranquilos es una buena forma de comenzar el día, que amanece nublado, en estos días de finales de verano.


Maribel Fernández Cabañas.


Un baño matutino.

Un baño matutino.

Desde el paseo marítimo voy viendo la playa con su panorama, me he propuesto bañarme al lado de casa pero sin conocidos y por eso he escogido un lunes de finales de julio a las nueve de la mañana.
 Las hamacas vacías, ingenuamente pienso:¡ Que bien no hay gente!, así no me verán los vellos de las piernas, podré nadar sin que ninguna pelota me de en la cabeza y sin tener que esquivar a niños con sus flotadores. Nadar de un extremo a otro casi rozando la orilla y hacer natación, como si estuviera en una calle de la piscina privada.

Voy bajando la rampa que llega a las duchas de minusválidos, el chiringuito está vacío, en la ducha sólo hay un abuelo muy moreno, que debe de ir hasta en invierno. Me acerco a las hamacas que están rozando el chiringuito y apartadas de la orilla del mar…empiezo a ver sombrillas y bañistas: ¡Uy esto no es lo que yo mee esperaba, aquí se me han adelantado!.
 Voy a poner mi toalla y  caminando sin chanclas por entre gente de mi edad, que apesta a bronceador, en contraste con mi piel blanca del primer baño al sol.
 Decepcionada me digo a mi misma:¡ Bueno yo he venido a nadar! y  me meto en el agua con niños chapoteando, abuelas formando un corro y de cháchara… voy saltando obstáculos y sigo nadando hasta que veo que es imposible con tanta gente.
Pero cuando voy a salir del agua, oigo que me llaman:
─!!Raquel!!
─ ¡Hola Raquel no te hemos visto estos días!¿ Dónde te metes?
─ Tengo mucho trabajo, ya nos veremos, les respondo y me despido liándome bien en la toalla.
Eran mis vecinos del cuarto.


Maribel Fernández Cabañas.


Sin vecinos.

Sin vecinos.

Son las diez de la mañana, hace fresco, que se agradece en este mes de verano.
 La calle de esta gran ciudad está silenciosa, no hay ruidos de coches.

 Desde mi terraza veo el parque y las viviendas que lo rodean formando una manzana. Veo la terraza de los López, se que están de vacaciones en el pueblo.
También están bajadas las persianas de los Torralba que van y vienen a un apartamento que tienen en el pirineo. Lo mismo me pasa con la de los Martínez, que se que este mes de agosto se han ido a casa de unos familiares de Galicia.

 Pero del resto de los vecinos no se nada, ni me importa ya que sólo los conozco de vista.
 Lo que si se es que me dejan todo el parque a mi para pasear a mi perra, pues sus perros tampoco están. Y se que se han llevado a sus alborotados niños, que antes jugaban a gritos y que ahora se ha instalado el silencio sin ellos.

 Puedo concentrarme leyendo y escribiendo en mi terraza, como si yo estuviera también de vacaciones en una zona residencial de Cuenca, se me antoja, ya que con la imaginación se puede una sentir  como en cualquier parte. Aunque sólo sea por unos días.

Maribel Fernández Cabañas.






El agua del mar.

El agua del mar.

Que sensación mas agradable: me he sentido joven con mi marido en bañador y en una toalla y en la arena de una playa limpia y con gente tranquilita y tomando un te frio en un vaso termo.

Corría una tarde calurosa del mes de agosto, estábamos en un piso de ciudad sin mucho dinero para viajar y con un hijo adolescente que a lo que aspira es a poder viajar a Inglaterra y mientras va ahorrando pasa el verano con sus abuelos en el pueblo.

Si mi marido y yo solos en casa y trabajando a media jornada. ¿ Porque no aprovechar la tarde para ir a un pueblecito de la costa  si total lo único que gastaremos será gasolina?.

Que sensación mas agradable la del agua del mar tibía, ni siquiera puedo decir fresca, y la de luchar contracorriente para poder salir del mar y tumbarme con el cuerpo mojado en una toalla y contemplar la Bahia de Rosas.

 Se me olvidó todo el agobio que tenía en la librería,por la poca venta, y por un momento volví  en el recuerdo, con mi marido, a aquellos años jóvenes en los que nos metíamos en el agua fría de las playas de Tarifa e intentábamos mantener el equlibrio en la tabla de surfing.


Maribel Fernández Cabañas.


Antes de cocinar.

Antes de cocinar.

Ir el día anterior a por todos los ingredientes a la frutería y a la carnicería, al  atardecer de un día caluroso de verano. Ir pensando por el camino en los buenos tomates maduros que voy a comprar y en la buena salsa de tomate casero que voy a hacer. Cruzar unas palabras con los pocos vecinos que aún quedan en este barrio, porque la mayoría están de vacaciones.
Algunos me cuentan que sus hijos o hijas ya han vuelto de campamento, yo que mi hijo también. Otros que a su perrito lo han tenido que llevar al veterinario por unas diarreas. Otra vecina viuda me dice que me ha traído unas postales de su viaje a Croacia y que le ha gustado mucho, postales que me van trayendo los conocidos para mi colección.
Y cuando llego a la carnicería están cerrando y decido irme al centro comercial que cierran a las diez de la noche.
Allí compro la carne, los tomates y las cebollas. No son tan maduros ni tan frescos y la carne es menos gustosa, pero primer paso hecho.
 Por fin  llego a casa mi marido y mi hijo, que se están comiendo una pizza, se extrañan cuando me ven con el carrito de la compra:
─¿ A estas horas vienes de comprar?
 ─ ¡Que aproveche!, les digo y me siento a cenar con ellos que están hablando de fútbol, tema que no me interesa y les confirmo:¡ Mañana para comer haré carne en salsa de tomate !
─¡Bravo e invitaremos a la abuela!, dijo mi hijo.
─¡Y yo freiré unas patatas! Finalizó mi marido.



Maribel Fernández Cabañas.



De nuevo en casa.

 De nuevo en casa.

La puesta de sol ,el termómetro marca 29 ºC, salgo de casa y me voy a la playa con una revista del Pais semanal: ¡ cuánto ha cambiado la playa desde el invierno y la primavera! , me sorprendo.
En la arena hay dos grupos con redes de voley y son de varias nacionalidades: unos sudamericanos de piel oscura en contraste con otros británicos, de piel como la leche. Son jóvenes y me llama la atención una chica que tiene el tipo atlético, junto a otra que los michelines se le ven por todos sitios y su bikini no se los sostiene.
 Mientras tanto miro a ver si hay algún conocido y lo comparo con otra playa que ahora tengo en mente que es una playa no de ciudad, como esta, sino de pueblo y no del Mediterráneo si no del Atlántico y no cosmopolita, sino sólo de lugareños todos conocidos que cuidan mucho su aspecto físico y su vestimenta.
Vuelvo de la playa y el peluquero de 24h sigue abierto. Le pregunto si tiene alguna hora para mañana y que si en agosto abre…Me responde a todo que si y pienso: este hombre es incansable, creo que hasta le debe de gustar ser peluquero.
 Miro por el barrio a ver si veo caras conocidas y me encuentro con la pequeña Abril que me llama desde su terraza donde cena con sus padres y hermanos y pienso ¡ bendita espontaneidad de la infancia y que alegría y cariño me da esta niña!.


Maribel Fernández Cabañas.


Viaje a Aridane.

Viaje a Aridane.

La temperatura suave,las calles tranquilas, la gente sin prisas y bien vestidas, las casas bajas que dejan vislumbrar los tejados con sus respectivas antenas de televisión. Las calles peatonales, con árboles y boutiques de ropa y calzado caro, las terrazas de las cafeterías a la sombra de laureles centenarios, los abuelos sentados viendo a los jóvenes pasar. Los turistas ,de piel blanca enrojecida por el sol, tomando un zumo de papaya o mango, los lugareños tomando una cerveza de la marca dorada y unas “papas arrugas” con mojo picón.
 Mientras recorro el centro, me voy encontrando con la familia que tengo en este pueblo, sin ni siquiera haber concertado una cita. Me encuentro con una de mis hermanas que trabaja de dependienta en la pastelería alemana y me invita a un café y a tarta de chocolate y cuando voy a pagar no me quiere cobrar dice que estoy en su casa.
Luego me suena el móvil y es mi hermano Esteban que me propone hacer una excursión el domingo a andar por los senderos de la ruta de los volcanes, acepto y le digo que en su casa estaré el domingo a primera hora de la mañana.
Y son ya las seis de la tarde y la temperatura no pasa de veinticinco grados y eso que es verano.


Maribel Fernández Cabañas.

El bizcocho de mi madre.

El bizcocho de mi madre.

Este bizcocho lo he conocido desde bien pequeña, allá por los años sesenta.

 Cuando una señora del pueblo daba a luz, enseguida, mi madre, cogía seis huevos ,de las gallinas del corral, un cuarto de azúcar, un cuarto de harina un vaso de aceite, una cucharadita de levadura y la ralladura de un limón.

 Empezaba su elaboración en la cocina, batiendo las claras de los huevos a punto de nieve con un batidor manual y en un baño de barro, que hacía un ruïdo característico, que hace años no oigo y ahora lo tengo en el recuerdo como algo especial.

 Era el ruïdo de la alegría que se formaba en la cocina , la alegría de una buena mujer festejando el momento.
  Ella no tenía pereza para hacer un bizcocho. Me acuerdo cuando una señora, de la otra punta del pueblo, se curó de cáncer de mama. A su casa fuimos mi madre, una de mis hermanas y yo a llevarle el bizcocho.

 Cuando las claras estaban batidas a punto de nieve, les iba echando el azúcar poco a poco y nos daba la varilla porque queríamos batir y a base de irle introduciendo el azúcar, la mezcla cada vez pesaba más.
 Pero ella tenía energía para reír y cantar” que tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora…”, cantaba mi madre mientras batía.

Luego nos echaba un poquito del merengue en una taza, a sus seis hijos, que la rodeábamos como polluelos  a la gallina. Lo probábamos y nos rechupeteábamos   los dedos.

Seguidamente mezclaba las seis yemas y seguía batiendo. Luego vaciaba el aceite y   la harina , también poco a poco para que se mezclara muy bien y sucesivamente la levadura y la ralladura de limón que lo rayábamos en un rayador curvado muy antiguo. Eran  limones del limonero de luna que había en casa de mi abuela, que nos daba limones todo el año. El olor a ralladura de limón desprendía un  aroma, muy agradable.

Una vez todos estos ingredientes mezclados se ponía la masa en un molde metálico untado con aceite y espolvoreado de harina y acto seguido al horno o a una olla especial.

Y así desde bien pequeña he conocido lo que es la alegría de la vida y el festejar los buenos momentos.

Maribel Fernández Cabañas





Los rayos del sol.

Los rayos del sol.

En invierno salía a buscar el sol a la hora de la siesta. Me iba a la terraza de un bar de mi barrio, donde , los que no veíamos la película de Antena 3 de los sábados, que erámos unos cuantos.Nos tomábamos un café calentito y aprovechávamos los escasos rayos del sol, antes de que al poco tiempo nos tapara la sombra y que a las seis de la tarde se hiciera de noche.Claro que nos manteníamos bien abrigados, apenas si nos quitábamos el gorro y la bufanda.

Ahora en verano a esa hora estamos en casa con el ventilador y viendo la película, esperando que el sol afloje para salir a darnos un remojón a la piscina y a tirarnos en la toalla a la sombra de un árbol con un libro comprado en el kiosco de los de promoción veraniega .Me estoy leyendo uno para niños “ El Hobbit” de Tolkien, con un tesoro y un peligroso dragón. Así  inmersa en  el mundo de ficción de sus páginas paso el verano tranquilamente. Y el abrigo, el gorro y la bufanda los he cambiado por el bañador y el pareo y lo que si deseo es una entrada para el Teatro Griego y disfrutar  una noche a Kiko Veneno en concierto.







Maribel Fernández Cabañas.

Desconectar.

Desconectar.

Juan estaba muy interesado en unas cuantas actividades que llevaba a cabo no sin esfuerzo y si con empeño: una exposición de fotografía para una sala de arte muy conocida en su ciudad y un trabajo de electrónica . Pero a el le gustaba compartirlo todo  con un par de amigos incondicionales con los que quedaba para dar el paseo del colesterol no era mayor ni tampoco joven tenía recién cumplidos los cincuenta pero estaba algo entrado en carnes y era algo pasota con su aspecto físico.

María su mujer estaba siempre pendiente de su hijo adolescente que tiene normalmente la agenda llena de  exámenes :− le voy a ir a comprar unas fresas y le haré un batido para que reponga fuerzas y tome vitaminas que pasa muchas horas estudiando, decía ella.
−¡Uy! que le va pequeño el chándal, voy a la tienda a encargarle uno de la talla dieciséis. Estas cosas eran las que la mantenían activa después de años de paro. Y el niño comentaba: mamá que ya se me cuidar solo, pero ella había hecho de su familia su motivo para sentirse activa y eso que se había apuntado a un grupo de teatro en el centro de barrio, pero siempre buscaba un motivo familiar para faltar.

Juan pasaba horas y horas en el cuarto de revelado de fotos y desconectaba de familia fácilmente. Pero María no desconectaba nunca:− A  mi marido le hace falta una camisa bien planchada para esta tarde: − ¡Uy! que tengo que ir a por el pan, se acordaba ella.

Pero ocurrió que llegó el verano y Juan seguía con lo suyo y no quería ir de vacaciones pero el niño se apuntó a unos campamentos. Fue entonces cuando María se tomó su tiempo para ir a visitar a una amiga que no había visto durante el año e hicieron planes para conocer Paris.

 María se lanzó y  allí dejó de pensar en Juan, en el niño y en la casa. En su cabeza sólo estaban el interés por el museo del Louvre , la torre Eifell y como no sentarse en una de las terrazas del Boulebar Sant Michel a compartir risas y buenos momentos con su querida amiga.

A la vuelta de Paris , no faltaba nunca al taller de teatro y siempre estaba ocupada preparando alguna función, preocupándose de tener a punto su ropa para el día de la función y en estudiarse el papel de la obra a representar.
Juan le decía:−Cariño veo que estás muy atareada con tu obra y hoy he tenido que coger la plancha y  he comprado dos entradas para el cine.
Mamá le decía el hijo:− Te veo más joven desde que haces teatro y yo  me se hacer solo la comida. Hoy me he hecho una ensalada y un filete al estilo de los campamentos.


Maribel Fernández Cabañas.

El jersey.

El jersey.

He buscado en el google” Jersey negro cuello de pico en Barcelona” en plena primavera no lo encontraba en las tiendas, ni tampoco mis vecinos tenían para prestármelo. Lo necesitaba para el uniforme de la escuela inglesa” Corn School” a donde va a ir mi hijo con veinte compañeros mas del colegio del barrio a estudiar.
 Como sólo quedan unos días para el viaje, hoy con premura me he dirigido a la calle Diputación, 176 donde me indicaba el buscador de Internet que iba  a encontrar el mentado jersey negro de cuello de pico.
Llego a esa dirección y me encuentro un portal con la puerta de rejas de hierro pesadas, que un individuo joven con un monopatín abre no sin esfuerzo, y se ve un portal con el suelo y las escaleras de un mármol blanco tirando a negruzco, de lo mal mantenido que estaba.
 Subo al principal con una mirilla antigua muy grande y sin placa que identifique que ahí hay una tienda de ropa, lo cual me da a mi una sensación de interrogante−¿ quien me abrirá la puerta esto no será una tomadura de pelo de Internet?.Toco el timbre y
 me abre la puerta un señor muy educado alto delgado, con gafas, le explico que he localizado la tienda por Internet y que vengo buscando un jersey negro de cuello de pico de la talla mediana y le enseño uno de rayas azules de mi hijo el señor  me hace pasar, y en el recibidor del piso tiene su despacho, una mesa escritorio de madera bien conservada con cajones a ambos lados y con un tintero y un bote metálico de lapicero.
 Me llama la atención que no haya ordenador. −¡Pase! me dice, indicándomelo con la mano y con sus palabras:− adelante pase, me invita el con corrección.
En la antesala tiene de decoración una máquina de escribir de las más antiguas que existían hace un siglo. En la sala una estantería con camisas bien dobladas y jerséis de varios colores, verdes, azules, amarillos. A la derecha un perchero con ruedas con pantalones y chaquetas y focos de luz que iluminan las prendas como si de una exposición de Dalí o Picaso se tratara.
Por fin me enseña dos jerséis  negros, uno con coderas de piel de ante y otro sin. Elijo el segundo y meticulosamente dobla el de las coderas y lo coloca en una estantería. Me invita a un café le doy las gracias:− acabo de tomar uno y mi marido me está esperando.
 Mide el jersey negro con el de rayas que traigo de casa y le digo:− esta  es su talla me lo llevo y el, de nuevo meticulosamente, lo dobla y lo envuelve en papel fino y luego lo mete en una bolsa de papel con la firma de su tienda. Le pago y me da una tarjeta, le pregunto que si tiene un taller de confección y me cuenta, con elocuencia y simpatía, que el los diseña y se los encarga a un sastre de Portugal y a un tejedor de Toledo: −La venta la hago a través de la web, me explica.
Me quedo pensando:− cuantas veces habré pasado delante de puertas como esta de Diputación 176 , sin poder imaginarme lo que se esconde detrás de una puerta.
Y me vine contenta con el jersey negro de cuello de pico.


Maribel Fernández Cabañas.


Un Kit Kat.

Un Kit Kat.

Los niños ya se han ido a la escuela y el padre a trabajar y yo enfrascada con las tareas domésticas desde primera hora de la mañana y las lentejas puestas a fuego lento.
Pero  por ser viernes he decidido hacer un “ kit kat” y me he llevado mis enseres de escritura a un lugar soleado.
Primero había pensado en un banco de la calle, pero me he animado un poco más y me he dirigido a la playa.¡ Cómo he ganado en ambiente!:
Un chiringuito con palmeras y mesas entre sol y sombra y un par de jóvenes, seguro que en paro, por la conversación que tenían:− Me tengo que preparar unas pruebas físicas de natación… pero también ayudo a mi padre en su trabajo y me da una paga, le contaba uno a otro.
También rodeada de paseantes entrados en años, que van a bajar unos kilitos para ponerse luego el bañador y de algunos más valientes que ya están con la toalla, la sombrilla y el bikini.
Y por un rato me he olvidado de la casa, y también de las lentejas.

Maribel Fernández Cabañas.



Angela y su hijo.


Ángela y su hijo.

 Ángela es una vecina que tiene un hijo que de pequeño rompía los juguetes y ella  no le reñía y su padre se quejaba y sentaba al niño a ver la tele( les compraban películas de DVD de Disney y ponían al niño con los pies en el sofá  y el padre estaba muy orgulloso de haber conseguido que, al menos ese rato, el niño no rompiera nada y así el  se podía acomodar en su despacho a leer tranquilamente.
 Cuando el niño se cansaba de la película la madre se lo llevaba al parque, pero no lo dejaba jugar con los otros niños del barrio  y le traía niños del colegio de elite al que lo llevaba y estos niños lo llamaban por su apellido:− ¡Pérez no quemes papeles!, les decían sus compañeros cuando el niño fue creciendo − ¡Pérez no tires petardos!, que no es san Juan.
El padre nunca bajaba al parque era ejecutivo y pasaba los fines de semana en su casa con los libros y el ordenador.
Y la madre con una voz muy bajita le decía al niño,ya crecidito:− Pablito que te vas a quemar, Pablito ten cuidado pero Pablito seguía quemando cajas de zapatos y periódicos ante la vista de su madre.
Yo veía a los niños del parque y jugaban con las bicicletas o los patines también celebraban sus cumpleaños en los bancos del parque e invitaban a Pablito y este se ponía un disfraz de vaquero y jugaba a su aire disparando con las pistolas, sin ni siquiera a cercarse a comer tarta y las demás madres y padres invitaban a la madre  la cual preguntaba por actividades extraescolares que hacían,  pero ella no apuntó nunca a su hijo a que fuera a hacer natación en la piscina de al lado, a la que iban todos los del barrio. Ella se llevaba a su hijo a un Club de Natación privado.
Pasaron los años y un día me encontré a Pablo con su madre, alto, con bigote y  bello en las piernas:−¿ Hola Pablo como te va en el colegio?
− No si  me expulsaron por pi…
− Pablito dile que estas  en una buena academia preparándote para policía que es lo que a ti te gusta, contesto su madre, interrumpiendo al mozo.
Pero seguro que Pablito quería contarme que lo expulsaron por pirómano.

Maribel Fernández Cabañas



Lectura 1.


Lectura1.

Lucía  ya no necesita salir a desayunar a un bar porque lo hace en su terraza. No hace frío y se rodea de un buen libro, buena música y un oloroso café.

 Mientras lee “ El guardián entre el centeno" de J.D. Salinger, se introduce en el mundo de los colegios internos de Estados Unidos de principios del siglo XX y vive con el protagonista sus aventuras y desventuras, al verse expulsado del internado, contadas por Salinger con un lenguaje ligero y preciso.

Pero el pitido de la lavadora la interrumpe,avisándola de que tiene que tender la ropa para que no se arrugue.
Entonces la tiende en su terraza, y hay un componente nuevo en el aire que respira que es el olor floral del detergente que emana de la ropa limpia.

Maribel Fernández Cabañas.




El ambiente.

El ambiente.

Llamo a un conocido de hace años que trabajaba de decorador y le pregunto por unos cursos de inglés a los que iba su hija y me dice que eso era antes de la crisis. Que el ahora vive en la miseria y tiene que ir a comer a la residencia de ancianos donde está ingresada su madre, que allí por un poco de voluntariado  le dan la comida y la cena.
Voy por mi calle y veo a hombres africanos detrás de un carro del supermercado, recogiendo hierros y trastos de los contenedores que luego venden en chatarrerías.
Paseo a mi Nina y en las casitas de madera del parque infantil, duerme un negro joven ,que al levantarse hace gimnasia y me pregunto:¿ dónde comerá?
Y en el barrio del Raval, allí se amontonan los indigentes en la rambla con el pelo sucio y greñas .Sus tobillos y pies  están mugrientos como las chanclas que calzan.  Llevan bolsas de plástico con su enseres( comida y botellas de cerveza ), se amontonan en corrillos tomando el sol y hablando, sentados en un banco y los acompañan sus perros.
Lamento todo esto, hace años eran sólo los pedigüeños de las iglesias y los limpiaparabrisas de los semáforos o los tullidos rumanos con un cartel de cartón que decía “pido una limosna para mis hijos, soy invalido”.
 Lamento que los gobernantes no aumenten las ayudas sociales, es indigno.
Pero mi amigo no sufre dice que él no ha perdido la alegría de vivir y que con ver a su hija estudiando y a su madre contenta en la residencia, que está dispuesto a seguir , que aunque se haya quedado sin trabajo tiene algo que no se lo puede quitar nadie: son las ganas de vivir.


Maribel Fernández Cabañas.



Desde mi ventana.


Desde mi ventana.

Los López viven en la misma manzana que yo, nos separa  o nos une ,según se mire, un jardín. Nos vemos a lo lejos desde la ventana. Tienen una hija de la edad de mi hijo y nos bajámos el vermut  al jardín y celebrámos los  cumpleaños de los niños y San Juan. 

Yo siempre los he admirado por su capacidad de escucharte cuando se lo pides y que si me quedo en la calle por despiste, siempre está él para abrirme su puerta y darme mis llaves que   amablemente custodian.

El sr López es activo, alegre y parece siempre feliz,a pesar de que está en paro. Parándose por la calle a contarme  cualquier cosa del barrio en un tono simpático. En primavera y verano sale a la terraza a tender la ropa con el torso desnudo y yo lo admiro por esa vitalidad que derrocha. Otras veces en su casa está planchando o me lo encuentro en el supermercado haciendo la compra.La sra López trabaja todo el día, es médica y lleva varias clínicas.

A mi cumpleaños siempre los invito y brindamos con cava y nos reímos. Pero  los ojos les chispean cuando ven fotos de nuestros niños pequeñitos en el parque aprendiendo a andar, y más tarde a montar en bici o jugando a “un dos tres toca la pared”. Han pasado los años, salimos sin niños a tomar el vermut y hablamos de ellos,  que ya son jóvenes y ahora tienen pandillas distintas y apenas si coinciden, cuando de pequeños decíamos que algún día serían novios.


Maribel Fernández Cabañas.