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CONEJOS GIGANTES

                                     
 Mi primo Argimiro  le escribía cartas de amor a Loli la del lunar bonito y decía que era su novia y que se iba a ir con ella de viaje, en aquellos tiempos que casi nunca se viajaba y que casi nadie de mi pueblo tenía coche.
 Recuerdo a Loli. Era presumida, guapa, provocadora, de labios pintados en un rojo fuerte con el pelo largo, liso, moreno y de tez muy blanca, con un atractivo lunar entre la cejas. Loli vivía en la calle de la Era que no era de tanto estatus como la calle Alta donde vivía mi primo. Yo intuía que a mi primo le faltaba algún tornillo pues cuando yo iba a su casa a visitar a mi tío Grego, su padre, éste siempre me recibía alegremente y me daba de todo lo que tenía y se tomaba con humor incluso  las desgracias y tenía muchos animales en su corral  algunos eran muy queridos( los gatitos) y los tenía en su falda mientras veía la tele. Y qué bonito todo, qué ordenado y que suaves. Mi tío tenía tractor y mucha maquinaria agrícola, también tenía un Citröen 2CV y luego tuvo un mil quinientos. Era de los pocos agricultores de su generación que sabían conducir, la mayoría utilizaban el carro y las mulas para ir al campo a trabajar y para moverse al pueblo de al lado el autobús.
Mi tío quería y se dejaba querer , cuidaba mucho de mi primo Argimiro y cuando este pasó por una mala época en la que todo le molestaba y que no hacía nada más que comer y fantasear  con que se iba a hacer rico criando conejos gigantes, él permitió que los comprara y que los cuidara. Pero a mi primo le entró un afán desmesurado por ellos. Se pasaba el tiempo en el corral con los conejos a los que ningún primo nos podíamos acercar y le daba voces a su hermana. Yo lo recuerdo así a mi primo Argimiro.
Loli, el amor de mi primo, se esfumó con el apestoso olor a conejos gigantes que desprendía él, que detestaba el agua y el jabón tanto como los gatos y no había manera de que se metiera en la ducha, como bien le repetía su hermana.
Maribel Fernández Cabañas





Jesús Álvarez


Mi vecino Jesús de sesenta y siete años, se conserva bien. Mide un metro setenta, tiene el pelo entre canoso y castaño, su cara es alargada, de nariz prominente, boca risueña y sus pesadas gafas, de cristales gordos de miope, casi no  dejan entrever nos pequeños ojillos alegres y castaños. Lo que más me gusta de él es que aunque tenga constipado o un esguince de tobillo y lleve muletas, siempre que me lo encuentro, vestido a diario con su traje de chaqueta y en chándal los fines de semana, va  contento y da unos buenos días muy generosos, parándose un ratito, como si ese momento fuera más importante que llegar a su hora al trabajo y me alaga con sus cariñosas palabras de cordial vecino. Recordándome que fuimos los primeros en venir a esta finca de la calle Joan Miró, 93 de Barcelona:
 ─ ¡Cuánto ha crecido tu hijo Luisito! Era un bebé cuando nos vinimos a vivir aquí y ahora está hecho un hombre! - Me dice amablemente.
─Dile de mi parte que cuando me vea por la calle que me llame. Me gustaría saludarlo, y yo casi no veo a la gente, tengo mal la vista.
Y se despide de mí, cariñosamente

Maribel Fernández Cabañas



NOSOTROS LOS VIVOS


Nosotros preparamos un altar para que nuestros muertos vinieran a visitarnos.
Nuestras primas de México nos trajeron el árbol de la vida, con sus ramas de cerámica floreadas y las calaveritas de azúcar para mis niños, nosotros hicimos el pan de azahar que tanto le gusta a nuestros muertitos.
Laura, ¿dónde ponemos la calavera de cerámica que nos trajeron las primas?, decía Florencio, su marido con su acento de Burgos y con el pobre gato negro y miedoso encima de las piernas. Al pobre gato de chiquito se le derramó encima aceite hirviendo en un accidente doméstico.
Teníamos toda la casa perfumada de velas de lavanda puestas en el altar junto a la foto de nuestro difunto y alegre amigo Melquiades, abriendo una botella de champan  y con la sonrisa de oreja a oreja y lo recordábamos tal cual era él en vida. También  la foto de nuestros padres en su ochentavo cumpleaños, pelo canoso y llenos de arrugas, pero en un momento feliz.
Laura,¿ dónde pongo los nachos con guacamole preguntaba Enriqueta, su  hermana mayor ¿ Aquí en la parte de la mesa reservada para nosotros los vivos: Mis honorables amigos catalanes y nosotros, que nos reuniremos alrededor del altarcito  para conversar largo y tendido , esta  bonita noche de difuntos.


Maribel Fernández Cabañas