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Isabel y Carla

Isabel y Carla

Isabel morena y delgada,  Carla rubia y bajita, están sentadas en su amplio salón de su piso del ensanche iluminado por la luz que entra a través de los visillos de los grandes ventanales.
Desde su sillón de cuero gris, Isabel le acerca una bandeja con pastitas de té a Carla que está recostada de forma desenfadada en el sofá del mismo color.
Sobre la mesa baja, grande y rectangular, hay varios álbumes de fotos que miran y comentan. Carla le refresca a Isabel  la memoria con sus comentarios sobre las fotografías ya que a sus 63 años está baja de facultades.

Las dos amigas aman esas fotografías son del viaje a Italia en 1970.Era una Semana Santa de tiempo benévolo. Isabel llevaba un bolsito pequeño porque le habían dicho que cuidado con los carteristas en Italia y en él guardaba los cheques travel que iba cambiando en el banco ambrosiano por dinero en efectivo, Carla aficionada a la fotografía, llevaba una buena cámara con lo cual no faltaron fotos de las dos en el Coliseo o en el Vaticano o en el palacio Piti de Florencia .Fotos en las que no estaban solas porque a donde iban siempre conocían a algún chico italiano con el que compartir el buen café  y los paseos en góndola por Venecia. Derrochaban juventud a su veinte años. Estaban en tercer curso de carrera.

Isabel dejó la carrera para casarse con un pretendiente rico y ahí se distanciaron las amigas. Isabel invitó a Carla a ir a su casa a cenar para celebrar su treintavo cumpleaños pero a Carla no le caía bien su marido pues tenía un humor mordaz y a Carla ante todo le gustaba la sensibilidad, así es que sólo se veían  en casa de Carla  para  conversar alegremente sobre sus vidas y hacían planes para ir a ver a Francesco, ese amigo  italiano al que dejaron de ver pero con el que Carla mantenía correspondencia.

Planearon un viaje a Florencia se quedarían en casa de Francesco quince días era el año 1980. Hicieron sus maletas y Carla se llevó un lienzo para pintar allí quería regalárselo a Isabel. Estando en Italia Isabel recibió un telegrama en el que decía que su marido estaba en la UVI muy grave. Ella sin dudarlo, cogió el primer vuelo y llegó a Barcelona pero tarde. Había muerto de un infarto.

Isabel le guardó dos años  de luto mirando los recuerdos de su marido en su casa y recordando el tiempo que habían pasado juntos y a pesar de que Carla la animaba a que se fuera a vivir con ella, prefirió esperar un tiempo.
Carla iba a visitarla y comprobaba que Isabel había abandonado su aspecto físico y que estaba hundida en la tristeza por no haber tenido un hijo y ahora encontrarse tan sola sin su marido.

 Pasaron los meses hasta que salió de su casa para ir a un psicólogo. Continuó con sus visitas varios años y empezó a salir a la peluquería y de compras con Carla.
Al cabo de unos años vendió la casa y se fue al piso del ensanche con su amiga.

Las dos amigas charlan ahora con Francesco que ha venido a pasar unos días con ellas a Barcelona y ríen al ver las fotos de cuando eran unos jovencitos.

  ─Han pasado ya cuarenta años –dice Carla y yo me siento joven estando con vosotros.

─ ¡Esta noche tenemos que ir a un bar musical a bailar!- dice Francesco animado.



Maribel Fernández Cabañas

En el restaurante

En el Restaurante

Mi amigo Jorge me invita al restaurante “Paris” donde hay que entrar con los ojos cerrados.
Entramos en el Restaurante Paris con los ojos vendados, el camarero nos va dirigiendo diciéndonos:

─ Todo recto, ahora a la derecha, ahora párense.

─ Esta es su mesa Señora Ana (Me dice, poniéndome la mano en el hombro)

─ Le voy a dar su silla,  siéntese que ya está en su mesa.

 Y lo mismo le dice a Jorge. Oigo las risas bajitas de Jorge y sus comentarios:

─ ¡Caray no veo nada! (dice Jorge) ¡Y qué duro es el asiento de esta silla! ¡Qué bien huele a carne en salsa con muchas especias! ¡Aquí vamos a comer bien!

Pongo las manos encima de la mesa buscando los cubiertos. La mesa está muy fría, es  mármol.

  Por la forma que tiene,a mi tacto, encuentro la cuchara y sigo tocando para encontrar más cubiertos

 ¡Ay que me he cortado! (grito).

 Noto el calor de la sangre salir por mi dedo índice y grito fuerte, levantando la mano:

 ─¡¡ Camarero!!

 Enseguida viene y me lleva de su mano a una sala que huele a ambientador. Oigo el ruido de un grifo 
y como cae un chorro de agua fría en mi herida y me la seca con algo que al tacto parece papel de 

cocina. Huele a alcohol y me empieza a escocer la herida ¡Ay! El camarero me pone una tirita y de la 

mano me vuelve a llevar por lo que parece un pasillo amplio y me dice: Párese  aquí y ahora gire a la

izquierda y ande recto
.
─Párese  y siéntese en su silla.

 Me late el corazón, noto como mis axilas sudan y me tiemblan las manos. Le digo a Jorge que  no 

me está gustando nada eso de no poder ver y que quiero quitarme la venda de los ojos.

 Jorge, que sigue sentado, me da la mano y me acaricia la cara: 

─Tranquila Ana, que ahora nos traen la comida y lo que vamos a hacer es no tomar los postres.

 Así saldremos antes de esta oscuridad.


Maribel Fernández Cabañas










En bus

“En bus”
Luisa se ha recuperado, después de un mes convaleciente.

Ya puede ir sola a todos sitios sin la cantinela de  Alfonso, que se queja del mundo.

Ella disfruta de lo que va viendo por el camino hacia la otra punta de su ciudad. Se desplaza desde la tranquila playa, atraviesa todo el centro de la ciudad hasta el barrio de Gracia, donde da clases (sin tener al lado la tensión de Alfonso, gruñendo al volante por el intenso tráfico).

Ahora los dos se encuentran en comidas de amigos a degustar ricos platos y a disfrutar de distendidas conversaciones.

 Alfonso, en su estudio,  se pone a tocar el piano y a estudiar partituras. Las repasa una y otra vez, para luego por las tardes darles las clases a sus alumnos, en la escuela de Música del barrio.

 Luisa,  está llena de inspiración y de alegría. Le inspira la vida, le inspira que el humor de Alfonso vuelva a brotar.

 Pero sobretodo el poder desplazarse hasta su trabajo en bus, nada de coche.


Maribel Fernández Cabañas





La placita

La placita

Edelmiro es un hombre que refunfuña mucho en casa, sin motivo ninguno. Es su carácter.

 Está prejubilado y es ciego al amor de Elvira, su mujer también prejubilada y ama de casa. 

Elvira por el contrario es alegre y canta mientras hace las tareas de la casa. Ella disfruta de su  tiempo libre  yéndose a corretear con su bloc de dibujo y su sillita plegable las distintas placitas que hay en su ciudad.

Elvira por el camino se va fijando en lo bello: Una pareja que sonríe abiertamente y alegres van de la mano y se impregna de la felicidad que respira en ese hombre y esa mujer.

 Llega a una placita y se sienta a pintar, plasma en su bloc a niños jugando un domingo por la tarde, junto a abuelitos con  chaqueta de lana, bastón y sombrero. Los árboles de hoja perenne rodeando la plazuela, y una abuela asomada al balcón de su piso.

Elvira de vuelta a su barrio se encuentra a su marido en el bar de la esquina tomando un vinito y viendo el fútbol con otros excompañeros del  cerrado taller de automoción.

Ella los saluda con la mano y sube a su casa, y contempla su dibujo a carboncillo y se siente feliz. 



Maribel Fernández Cabañas




El sol

El sol

Mi casa tiene dos puertas, una da al jardín, frío, húmedo y sombrío. La otra da a la playa, caliente, seca y con sol.

Durante las primeras horas de la mañana, estoy ocupada limpiando y cocinando. Los baños y la cocina tienen ventanas al frío jardín.

En cuanto he terminado las engorrosas faenas de la casa y he dejado la comida hecha, salgo corriendo, por la puerta delantera, y me voy a tomar el sol a la playa.

 Si es verano me baño y si es invierno me tumbo en una hamaca con el chándal  puesto.

 El sol me alegra el alma.


Maribel Fernández Cabañas







Eustaquio

 “ Eustaquio” 

 Eustaquio se jubiló muy joven. Trabajaba en la construcción, de oficio albañil.

Cuando trabajaba  se llevaba  para almorzar: tocino de beta, morcilla, tortilla de patatas, y un pan de pueblo, en una fiambrera

  Pasaba las tardes tumbado  en el sofá viendo la tele, mientras su mujer le llevaba las babuchas, el tintorro y los callos a la madrileña para cenar.

Pero cuando se quedó viudo y con poco dinero, lo que comía eran cuatro latas de conserva y los pulpos, cangrejos y mejillones que pescaba.

Se aficionó tanto a la pesca que le sobraba pescado y lo repartía, le llevaba a su hermana, también viuda, a su hermano, soltero y a su primo,y a veces repartía entre los vecinos de su bloque.

Eustaquio pescaba en el mar, se bañaba en el mar, se aseaba en el mar, y por las noches soñaba en voz alta:

 ¡Qué voy a llegar tarde, ya lo habrán pescado todo!




Maribel Fernández Cabañas




Cloe en casa de Lucía


Cloe en casa de Lucía

Cloe es de New York y ha venido de intercambio lingüístico a España.
 A pesar de que ni Lucía ni su marido saben inglés y de que la chica no sabe español, no faltan momentos de conversación, sobre todo a la hora de cenar.

 Jorge, el hijo de Lucía, hace traducción simultánea mientras charlan.
 Cloe espera a que bendigan la mesa. “Salud y que aproveche” dice Lucía, y le explica a Cloe que ya puede empezar a comer.

El marido de Lucía se ha brindado a llevar a la neoyorquina y a su hijo en coche al Parque Güell o al Museo Nacional de Arte.

Lucía ha preferido quedarse un rato sola en casa, no sin trabajo.  Cloe es vegetariana y alérgica a la lactosa. Pensar los menús es complicado.

 Nina, la mascota, hace lo que nunca: los dos jóvenes, se la llevaron el otro día a la playa. Y a pesar de que al principio le tenía respeto al agua, después ha jugado con otros perros tan grandes como ella y se ha revolcado en la arena, de la nueva playa para perros.

Lucía, ya conocía la voz tenor de su hijo. Ahora esta voz no ha sonado sola, sino a coro con la voz de soprano de Cloe que alegres cantan en el saloncito después de cenar.


Maribel Fernández Cabañas


La contadora de películas

La contadora de películas

Merece la pena ir al Teatre Grec. Ayer disfruté de La contadora de películas, de una compañía chilena que está haciendo gira por muchos países y basada en la novela de Hernán Rivera Letelier (Chile)

Cinco actores: El padre, la madre, una hija y dos hijos.

El padre era picapedrero en la época de construcción de las vías ferroviarias. Le explota la dinamita y se queda inválido de cintura para abajo impedido en silla de ruedas y con una pensión ínfima.

La madre alegre y con vocación de actriz los abandona. 

Viven en una colonia de trabajadores en una zona árida de Chile. Los tres niños empiezan a ir al cine y luego a contar las películas que ven a su padre y a los vecinos, en aquella época en la que no se había inventado la televisión, el cine era el único entretenimiento para soñar con otros mundos.

El padre muere. La niña, ya adolescente, es víctima de abusos sexuales por parte del casero de la vivienda que habitan.

A pesar de ser una historia dramática los actores te hacen disfrutar del teatro, las escenas se suceden mezclando imágenes de películas y efectos especiales multimédia. De ahí el nombre de la compañía: Teatrocinema.

 Los actores parecen que viven la fantasía y que no se asustan por las desgracias. La voz de la contadora de películas” María Margarita” es una voz firme, convincente, consoladora. La belleza y la emoción reinan en esta obra.


Maribel Fernández Cabañas


Cajas de cartón

Cajas de cartón

María llegó a Madrid donde solo conocía a Manuel, un antiguo amigo del pueblo que se había ido allí porque unos tíos suyos muy ricos le pagaban la carrera y hasta un piso de alquiler para que viviera él solo.

María, por el contrario, se pagaba ella sola la carrera trabajando de niñera y siempre que podía iba al piso de Manuel que tenía muy buenas manos para cortar melenas.

─ ¿Ves cómo me ha crecido el pelo?  Y a mis niños también. Venimos a que nos lo cortes

─ ¡Hola María cuanto me alegro de verte! Ya veo que te las apañas muy bien con estos pequeños y que te obedecen. Pero bueno hablemos de nuestros conocidos, decía Manuel.

─Pues que te voy a contar que estuve en el puente de la de Inmaculada en el pueblo y  lo pase pipa con nuestra pandilla. Daniel, el hijo del cartero, está como siempre con sus bromas de muchacho brutito y machote. Manolita  haciéndose el ajuar para casarse con un mozo del pueblo de al lado. Y los demás estudiando como nosotros, cada uno en un sitio distinto. Todos desperdigados.

─Que nostalgia tengo del pueblo yo casi no puedo ir, pues mis tíos me han encomendado que cuide de mi prima, esa muchacha con el pelo rizado a lo afro y de delgadez extrema a la que conociste hace un año.

─ ¡Ah sí! Ya se de quien me hablas: de tu prima Lourdes la que estuvo el verano pasado en las fiestas del pueblo y que acabó la noche  en una ambulancia que  la tuvo que llevar al hospital ¡Cómo se pasó de la raya tu prima!

─Si María, pero ahora es peor: se fue con su chico a Holanda y se ha metido en líos mayores de los que no puedo decir nada ya sabes que le debo favores a mis tíos.

─¡¡Chiss!!, que es hora de que llegue mi Prima y a veces tiene el sindrome, le dijo Manuel a su amiga María haciéndole una señal con el dedo índice de la mano derecha en los labios.

Su prima Lourdes llegó a los pocos minutos venía cargada con una caja.

¡Hola primo!, mira lo que traigo para decorar la casa dijo, sin parar de moverse por el salón y sin acabar de colocar la caja en un sitio fijo.

─¡¡Maldita caja!! es tan grande que no puedo con ella- Dijo la prima enfadada.

 Rompió el cartón de la caja desgarrándolo a tirones y contenía un montón de botellas de cristal.

─Son bonitas¿ verdad?. Las estoy haciendo en el taller de pintura de vidrio -Dijo la prima tocándolas con sus manos huesudas y tensas de puro nervio.

─¿ Y tus estudios Lourdes? -Preguntó María

─¡Los estudios al carajo! y además a ti que te importa

─Bueno Manuel  mejor nos vemos en el rastro los domingos y ya me cortaré el pelo en la peluquería. Veo que no es lo mismo que cuando vivías solo- Dijo María despidiéndose de su amigo.

─Si mejor así. María cuanto te quiero, tu sí que eres una amiga discreta. El sábado por la noche, según vea el panorama, te llamo para quedar el domingo. Dijo  Manuel dándole un abrazo.



Maribel Fernández Cabañas


Dos Historias

Dos historias.

Luisa en la Alhambra de Granada con su chándal y con sus prisas por adelgazar, ha dejado en su casa a su marido cocinando y limpiando y ella pasa por  los jardines del Generalife y ve las cascadas de agua deslizarse por los bancales que van haciendo escalera en  y los estanques con los nenúfares .El sol le da de lleno y va sudando.

Elsa, llega a casa al mediodía  de su media jornada en la escuela de primaria  de Alicante, se va a su baño, se ducha se seca el  el pelo y se lo ata en un moño. Pasa delante de la pared anaranjada de su estudio con ganas de entrar. Pero  Elsa  ha de poner unas lentejas al fuego para que estén hechas para cuando llegue  su hijo de la universidad y deja para más tarde el poder ponerse a escribir, que es lo que más le apasiona.

El Generalife está verde, en invierno llovió mucho. Y ahora,apenas comenzado el mes de marzo Luisa recorre sin pararse, con su chándal color naranja, el patio de los leones y aminora el paso para quedarse un rato escuchando el silencio, solo entorpecido por el ruido del agua. Mientras piensa en que su marido estará ocupando los cuarenta y cinco metros cuadrados del apartamento en el que viven y ella no quiere compartir ese reducido espacio con nadie. Pero no tienen dinero ni siquiera suficiente para alquilar otro apartamento y vivir separados entonces se toleran pero hay discusiones fuertes en las que el acaba dejándolo todo y se va a aireare un poco,  por quince días, a casa de su hermana en Albacete. Así no se separa definitivamente de Luisa para la que le gusta cocinar y limpiar.

 Elsa cierra la puerta del estudio que es el sitio donde más le gusta estar pues tiene su librería con la enciclopedia y los diccionarios de la Real Academia y el de María Moliner y además las fotos de su hijo en Irlanda o su hijo en Filadelfia o las fotos de su difunto marido y ella  recién casados. Descorre las cortinitas de la ventana para ver el jardín de ficus y magnolios con una fuente en medio que deja caer el agua donde los niños pequeños se salpican unos a otros jugando con sus abuelos. Pero justo cuando se va a poner a escribir, suena el fuerte ruido del interfono, abre y es el técnico que va a hacer la revisión anual del gas y se va con él a la cocina que es donde está la caldera.

Luisa termina su mañana deportiva y se dirige a su pequeño apartamento en pleno centro de Granada .─Hola cariño- le dice su jubilado marido y cuando  este va a darle un beso y un abrazo ella lo rechaza: –¡Déjame no ves que estoy sudada ,vete a dar una vuelta que quiero estar sola en casa pesado! .
Y el dócil y obediente coge el periódico y se va al primer bar que encuentra para tenerla a ella contenta. Se queda un par de horas hasta que calcula que ella ya está de mejor talante. Mientras lee el periódico el fuerte sol del mediodía le da en la cara con sus reflejos amarillos y él se pone las gafas de sol graduadas para seguir leyendo.

Elsa no puede escribir  y ansia hacerlo ─Señora ahora tengo que pasar por todos los radiadores de la casa revisarlos y purgarlos muéstreme donde están- le dice el técnico
Ella lo va guiando por el salón, los tres dormitorios, los dos baños e irremediablemente por su  estudio privado donde un suspiro se le escapa al ver su ordenador abierto con el capítulo siete  de su novela, capitulo que tiene pendiente para reescribir Elsa está enseñándole al revisor del gas su calefacción.

Luisa está sola en su apartamento canta de la alegría que le da vivir sola por un rato, pero en esas que suena el interfono:─ Cariño,¿ puedo subir ya?. Ella ya relajada le dice que sí y se sientan los dos educadamente a comer las espinacas que él le ha hecho. El sol les da de lleno en el comedor.

Por fin se va el del gas, es la hora de comer, Elsa descuelga el interfono y el teléfono, apaga también el móvil le deja un cartel a su hijo:” Luis estaré en el estudio hasta las cuatro de la tarde no quiero que nadie me moleste tengo que adelantar la novela”. Cierra la puerta de su estudio de pared naranja y con  ventana al jardín ,y retoma lo que dejó anoche. Su capítulo siete.
Eso sí por si acaso, con los cascos puestos, escuchando la primavera de Vivaldi. Y el sol entrando por la ventana.

Maribel Fernández Cabañas




Historia romántica

Historia romántica

Julia siempre iba andando a todas partes, por las mañanas se iba a la Facultad donde estaba haciendo el curso puente para maestros, ella vivía en el centro. Y por las tardes trabajaba de maestra en una escuela de Educación de Adultos, llevaba a un grupo de mujeres de alfabetización y tenía un buen método para enseñarlas y mucha vocación de maestra. Así es que las horas con el grupo- clase se le  pasaban volando.

  Todo le pasaba volando a Julia, por esa época salía con un jovial y buen compañero de clase, Paco, quedaban  para estudiar,  para ir al cineclub de la facultad de medicina, ir a conciertos y  salir con su pandilla de clase.

Y ¡cómo se querían!, unas veces en el piso de Julia, otras en el de Paco se tumbaban en el colchón japonés del salón, ponían el equipo de música… Él le acariciaba la larga melena y con sus dulces y amorosas manos. Le acariciaba todos los sentidos.

 De sus cuerpos desnudos surgía un baile de atracción mutua y  siempre con la sonrisa, no sólo en la boca sino en la forma de mirarse. Unidos en el deseo y en la química, que explosionaba hasta fundirse cuerpo a cuerpo.

Un día Antoñita, una alumna de Julia que vivía muy cerca y que siempre al cerrar la escuela de adultos hacían el camino juntas le dijo:

─Julia te encuentro diferente. Estás como en una nube ¿Acaso estas enamorada?

 Y Julia le contesto que sí
.
─ ¡Cuánto me alegro mi niña! Ya nos invitaras a todas a la boda.

Pero el destino lo cambió todo: Paco se fue trasladado a otra provincia y allí se dedicó de lleno a trabajar en su especialidad, Educación Especial, en un colegio al que le dedicaba todas las horas del mundo. Hacía cursos de perfeccionamiento para mejorar en su labor didáctica.

 Un día que venía de noche en coche, de asistir a un curso, en una curva mala  perdió la vida. A Julia la llamó la hermana de Paco informándola del sepelio.

Julia no asistió, prefería echar su dolor con sus dos intimas amigas llorando y suspirando.  Las amigas le ofrecieron que se mudara a su piso y allí con la amistad, que florecía cada día como una rosa, Julia se fue reponiendo.

Cuando al cabo de unos días la vio su alumna Antoñita, en la escuela de adultos, le dijo: 

─ ¡Julita tu estas muy desmejorada! Esta noche te vienes a cenar a mi casa que tengo unas judías verdes con jamón que despiertan a un muerto.

Julia siguió con sus clases y con  sus buenas alumnas mayores. Con ellas tenía la sensación de que recibía más de lo que daba enseñando.

Maribel Fernández Cabañas






Miedo a la noche

Miedo a la noche 
Para Sara, a sus sesenta y dos años, sólo existía el día. La noche le daba miedo y ahora que era Navidad la ciudad estaba más iluminada que nunca, así es que decidió salir al teatro por la noche.

El teatro estaba muy lejos de su casa, ella llevaba en su bolso cosas que le hacían sentirse más segura como la piedra de cuarzo que le regaló su amiga Amelia que al tenerla en la mano le proporcionaría luz calor y seguridad. También llevaba puestas sus gafas nuevas con cristales limpios y no los antiguos rayados que ya había descartado por no ver las caras de los paseantes, ni los rótulos de las calles.

 Cogió el metro en la parada de su barrio, el arcén  estaba casi vacío. Ella, haciéndose la valiente se sentó a esperar y por megafonía decían: “Tengan cuidado con sus pertenencias, el carterista aprovecha cualquier oportunidad para apropiarse de lo que no es suyo”. Agarró su bolso, cerró todas las cremalleras y se lo cruzó en bandolera, recostándolo sobre su falda.

 El metro, con su olor a humedad y el poco oxígeno,  le producía lacrimeo y no podía concentrarse en un libro ameno que tenía entre manos, así es que decidió no hacer trasbordo y bajarse del metro en  Plaza de la Concordia donde se quedó contemplando la fuente de colores y con música, al ritmo del movimiento del agua. Estuvo allí un buen rato distraída con la luz, la música y el agua.

Al cabo de un tiempo siguió su camino hasta el teatro, andando cruzó un barrio oscuro y solitario, la cara empezó a picarle. Estaba asustada y empezaron a salirle granos del mismo miedo que sentía, entonces vio una cafetería iluminada y llena de gente. Allí se quedó con su libro y con su piedra de cuarzo, un sitio iluminado y con gente que charlaba tranquilamente. En este espacio tan confortable los granos le fueron desapareciendo y  después de una hora de lectura en ese  oasis de luz y calor, siguió su camino hacia el teatro por tortuosas calles laberínticas llenas de bolsas de basura y de suciedad.

 Asustada, con cara compungida, después de callejear por  estas calles oscuras sin alumbrado de navidad y todo cerrado llegó al pequeño teatro.

 A mitad de la función se quedó dormida hasta que el acomodador, después de haber salido todo el público, la despertó.
Sara le explicó que tenía miedo a la noche .El acomodador era un joven de unos veinticinco años, bastante amable. Estaba acostumbrado a la noche y a ese barrio ¿Querría ella seguir viniendo a este teatro y el la llevaría en coche a su casa?

Se lo propuso  y Sara aceptó contenta y aliviada
  

Maribel Fernández Cabañas



Como dos enamorados

Como dos enamorados.

Cuando eran jóvenes Philips trabajaba como profesor de piano en el conservatorio y Louise  tocaba el violín en la orquesta filarmónica.

 Por el nacimiento de su única hija Charlotte se compraron un piso en el bulevar Saint Germain , relativamente cerca de los jardines de Luxemburgo  adonde iban a menudo para que la niña jugara con otros niños e incluso asistiera allí a clases  extraescolares de horticultura y jugara a baloncesto.

Charlotte ahora está casada con John y vive en Londres.

El matrimonio Lacroix está recien jubilado. Disfrutan de su tiempo escuchando música en su tocadiscos y asistiendo a conciertos. Siempre vuelven a casa en el tranvía, llevan una vida sencilla. No tienen asistenta y entre los dos mantienen el espacioso piso limpio. A Louise le gusta mucho cocinar, siempre tiene unas verduras rehogadas a punto y carne a la plancha y Philips es el que se encarga de pasar la aspiradora por toda la casa. A menudo van de la mano ,como dos enamorados, paseando entre los naranjos y datileras del parque donde se encuentran a otros vecinos, con los que se sientan a hablar en uno de los bancos  cercanos al Palacio, en la parte central del parque rodeado de rosales y con un estanque lleno de nenúfares
.
Una noche volviendo en el tranvía de un concierto Louise sintió que no era capaz de mover una pierna y tenía un fuerte dolor de cabeza (como una especie de entumecimiento).Philips la llevó en un taxi al hospital y allí le aseguraron, después de unas pruebas, que la tenían que ingresar.

Philips delante de Louise guardaba la calma pero por dentro pensaba: me voy a quedar solo, que tristeza, esto puede ser lo peor. A mi suegra le pasó lo mismo, se fue de un tumor cerebral en cuatro días ¿Qué voy a hacer yo sin mi querida mujer, mi compañera, mi amiga mi todo?  Las lágrimas se le caían, en la sala de espera del hospital donde pasó toda la noche,¿ qué haría sin su querida mujer?.

Por la mañana adormilado en una de los incómodos asientos de la sala, la enfermera lo despertó para que pasara a la planta tercera habitación doscientos quince y allí estaba su Louise dormida, por los tranquilizantes que le habían dado, y  de la mano le susurró al oído: No, Louise, no te vayas así de repente. Nos quedan muchos conciertos que escuchar y paseos por los jardines de Luxemburgo,  mi amada.

Al cabo de un rato llegó el médico informándole que era un tumor cerebral benigno que podría sobrevivir muchos años con una medicación, seguimiento y por supuesto llevando una vida sin sobresaltos.

Al día siguiente el matrimonio Lacroix ya estaba en su salón y en el tocadiscos sonaba la novena de Beethoven. Philips Lacroix suspiraba y pensaba: por favor, sin sobresaltos Louise. Gracias por estar aquí y la cogió de la mano mientras sonreían.







Maribel Fernández Cabañas







Lucía ayer se puso sus mejores galas.

Lucía ayer se puso sus mejores galas.

Y diligente y feliz se fue a la clausura de curso de su hijo el cual ya tiene diecisiete años y acaba de terminar segundo de bachillerato y al curso que viene ya estará en la universidad.

Lucía se emocionó en el salón de actos cuando vio a su hijo y a sus compañeros desfilar por el escenario y recoger la foto de recuerdo, a modo de orla, y las felicitaciones de todos los profesores. Lo vio tan grande…

 A Lucía le vinieron recuerdos plasmados en fotos del día en el que nació y ella lo acarició por primera vez. Le parecía mentira que este milagro que es la vida nos haga llegar a pesar de las neumonías, gripes…

Cuentos nocturnos porque mamá no quiero dormir, animarlo por la mañana porque mamá no quiero ir al cole…

Y ahora verlo convertirse en un hombre que sabe cuidar de sí mismo y ya mamá pasa a segundo plano. Él va y viene entra y sale viaja con sus amigos y amigas .Sólo le falta independencia económica. Sabe ser responsable de sí mismo.



Maribel Fernández Cabañas


Isabel y Carla

Isabel y Carla

Isabel morena y delgada,  Carla rubia y bajita, están sentadas en su amplio salón de su piso del ensanche iluminado por la luz que entra a través de los visillos de los grandes ventanales.
Desde su sillón de cuero gris, Isabel le acerca una bandeja con pastitas de té a Carla que está recostada de forma desenfadada en el sofá del mismo color.
Sobre la mesa baja, grande y rectangular, hay varios álbumes de fotos que miran y comentan. Carla le refresca a Isabel  la memoria con sus comentarios sobre las fotografías ya que a sus 63 años está baja de facultades.

Las dos amigas aman esas fotografías son del viaje a Italia en 1970.Era una Semana Santa de tiempo benévolo. Isabel llevaba un bolsito pequeño porque le habían dicho que cuidado con los carteristas en Italia y en él guardaba los cheques travel que iba cambiando en el banco ambrosiano por dinero en efectivo, Carla aficionada a la fotografía, llevaba una buena cámara con lo cual no faltaron fotos de las dos en el Coliseo o en el Vaticano o en el palacio Piti de Florencia .Fotos en las que no estaban solas porque a donde iban siempre conocían a algún chico italiano con el que compartir el buen café  y los paseos en góndola por Venecia. Derrochaban juventud a su veinte años. Estaban en tercer curso de carrera.

Isabel dejó la carrera para casarse con un pretendiente rico y ahí se distanciaron las amigas. Isabel invitó a Carla a ir a su casa a cenar para celebrar su treintavo cumpleaños pero a Carla no le caía bien su marido pues tenía un humor mordaz y a Carla ante todo le gustaba la sensibilidad, así es que sólo se veían  en casa de Carla  para  conversar alegremente sobre sus vidas y hacían planes para ir a ver a Francesco, ese amigo  italiano al que dejaron de ver pero con el que Carla mantenía correspondencia.

Planearon un viaje a Florencia se quedarían en casa de Francesco quince días era el año 1980. Hicieron sus maletas y Carla se llevó un lienzo para pintar allí quería regalárselo a Isabel. Estando en Italia Isabel recibió un telegrama en el que decía que su marido estaba en la UVI muy grave. Ella sin dudarlo, cogió el primer vuelo y llegó a Barcelona pero tarde. Había muerto de un infarto.

Isabel le guardó dos años  de luto mirando los recuerdos de su marido en su casa y recordando el tiempo que habían pasado juntos y a pesar de que Carla la animaba a que se fuera a vivir con ella, prefirió esperar un tiempo.
Carla iba a visitarla y comprobaba que Isabel había abandonado su aspecto físico y que estaba hundida en la tristeza por no haber tenido un hijo y ahora encontrarse tan sola sin su marido.

 Pasaron los meses hasta que salió de su casa para ir a un psicólogo. Continuó con sus visitas varios años y empezó a salir a la peluquería y de compras con Carla.
Al cabo de unos años vendió la casa y se fue al piso del ensanche con su amiga.

Las dos amigas charlan ahora con Francesco que ha venido a pasar unos días con ellas a Barcelona y ríen al ver las fotos de cuando eran unos jovencitos.

  ─Han pasado ya cuarenta años –dice Carla y yo me siento joven estando con vosotros.

─ ¡Esta noche tenemos que ir a un bar musical a bailar!- dice Francesco animado.



Maribel Fernández Cabañas


Viejas amigas

Viejas amigas.

  Pasó en 1998 cuando Lucia estaba en la maternidad, dando a luz a un precioso bebé, acompañada de su querido marido.Fue entonces cuando vivió el encuentro más bonito de todos los que había vivido hasta ahora en Barcelona:  La visita de su íntima amiga del internado: Imma Valls , la catalana.

 En 1998 sus ojos se llegaron de lágrimas de emoción y un abrazo grande la arropó. Felicidad doble, la de ser mamá y reencontrarse con su vieja amiga.

Desde que Lucia llegó a Barcelona en 1995 todo eran amistades nuevas para ella que se dedicaba a asistir a talleres de escritura y a talleres de cuenta cuentos. Pero ella tenía la certeza de que algún día se encontraría con su amiga Imma, la del internado de Cáceres del año 1974.

Lucía entre escribir cuentos y entre relatar oralmente con sus nuevas amigas de oralidad, yendo de colegio en colegio, regalándoles sus voces a los niños de primaria y a los de educación especial, también escribía cartas a sus amigas de la adolescencia (las del internado)…



Ramona ( Un personaje de ficción)

Ramona( Un personaje).
Ramona con sus ojos verdes grandes y su largo pelo negro había pasado toda su vida haciendo funciones en una sala de teatro, siempre con su pitillo en la mano y su mirada vivaracha y sus cejas altas arqueadas y bien depiladas: provocaba la risa del público con su gracia natural y su voz fuerte de actriz de teatro de variedades.
Ahora ya en su senectud aún conserva el espíritu vivo a pesar de su cara marcada por las arrugas, ella va cada semana a la peluquería y se tiñe el pelo de negro y presume de gracia en las tiendas del barrio ya sea a comprar el pan o en la tienda de ultramarinos donde permanece largo rato:
─Un cuarto de queso de cabra señor Antonio, le pide al comerciante. Y córtemelo usted con esa gracia con la que usted mueve sus manos Antonio, que se venía usted para mi casa y yo lo ponía a cocinar al ritmo de un pasodoble
─Ramona que cosas tiene usted, le decía el comerciante con el cuchillo grande en la mano. Si yo pudiera dejar mi trabajo me iría con usted al baile los jueves a esa sala de baile que me han dicho que frecuentáis muchas clientas.
─ ¡Corazón que todo se andará! y algún domingo que usted tenga cerrado nos vamos del brazo los dos juntos - Le decía Ramona al comerciante guiñándole un ojo y con un cigarro en su mano ya cuarteada por los años.



Maribel Fernández Cabañas