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PERRUNILLAS

 

       Hace muchos años que yo estaba de luto e iba cada tarde a casa de Angela, antigua vecina que me enseñaba como limpiaba y luego congelaba los pimientos y calabacines. Me enseñaba los pajarillos que tenía en su patio y las plantas, ella me escuchaba y me daba cariño que era lo que yo necesitaba.

       De pequeña esta vecina y sus dos hermanos vivían en la calle Madrid con sus padres y yo vivía al lado en casa de mi abuela y por las noches nos sentábamos en la calle a tomar el fresco porque en Extremadura hacía mucho calor en verano.

        También teníamos buena relación con otra vecina viuda muy hacendosa, me gustaba verla haciendo la masa de albóndigas con carne picada, ajo y perejil.

       Ya de mayorcita nos cambiamos de domicilio. Ella a una calle corta donde había una peluquería donde mis hermanas y yo nos cortábamos el pelo y al salir entrabamos en casa de Angela y nos preparaba unos huevos fritos con pimentón de la vera.

       Los padres de Angela además de la casa del pueblo tenían una casa de labor al lado del rio Guadiana donde cultivan maíz y por las tardes nos íbamos andando por el camino de las acequias y nos convidaban a café con leche y perrunillas, que son unos dulces típicos de Extremadura. Nos dejaban ver las gallinas e incluso nos daban huevos.

       Llevo ya muchos años en el Norte, pero los recuerdos del sur no se borran, son los de mi infancia y adolescencia.

LA REGLA

 

       Me acuerdo cuando me empezaron a salir las tetas yo buscaba sujetadores en el doblado, sujetadores de mi madre y les ponía relleno.

       Con mis primas del pueblo nos enseñábamos las tetas y una de mis primas y yo teníamos el pezón invertido.

       Cuando engordé en el internado y me compré un sujetador, me miraba en el espejo de mi madre, que era el único que había en la casa y mi hermana me decía que era una tetona, que me quedaba mal la blusa. Menos mal que mi madre me levantaba la moral y me decía que saliera a pasear que iba muy guapa.

       Mi abuela no dejaba a mi madre hablar de sexo y yo aprendí más de las amigas, que me llevaron al mundo de las compresas y los tampones. A mi padre le gustaba leer y tenía medio escondidos dos libros de vida conyugal y sexual, la que se los leía era mi hermana.

        Recuerdo también cuando iba a casa de mi prima la de Montijo y entrabamos en la oficina de su padre, ella cogía libros de sexualidad y maternidad y los leíamos a escondidas.

       Yo tenía reglas dolorosas y lo que hacía era irme a andar a ver si se me pasaba el dolor y más tarde mi madre me acompañó a un ginecólogo conocido y me mandó un medicamento.

        Pasaron los años y una ginecóloga de Sevilla me habló del condón y de las pastillas anticonceptivas.

       Recuerdo en el pueblo que jugábamos a tocarnos jugando a médicos y enfermeras en un rincón del corral donde no nos vieran los adultos.

Y basta que hablar de sexo estuviera prohibido para que hubiera más interés. En la actualidad hay más información y menos sexo.