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Unos días entre hermanos

Unos días entre hermanos

Recuerdo estos días como algo cariñoso, tibio y templado que ha pasado por mi vida y que queda en mi corazón. El poder tumbarme en el sofá de mi hermana Blanca delante de la estufa después de horas caminando por el pueblo y que ella en su lujosa casa me acoja con cariño y se siente a mi lado a conversar apaciblemente sin prisas por cenar…

El que yo vea como mi hermana Aurea me ofrece su sala de descanso de su restaurante y su tiempo de descanso para estar juntas un ratito antes de que lleguen los clientes alemanes a cenar a las siete de la tarde y que su sonrisa y su felicidad por tenerme cerca.

O que quedemos una noche los veintidós de la familia entre sobrinos hermanos y cuñados y que todos brindemos por la felicidad de estar juntos.

 Recuerdo también el día en el que cumplió los dieciocho años Alfredo el mayor de los dos hijos de mi hermano mayor. Estábamos todos en la playa, Alfredo saltaba olas con su tabla, la pequeña Ita jugaba en los charquitos entre rocas, el resto charlábamos sentados delante del pastel en una terraza donde deparábamos entre risas y alegrías.

 ─ Que alegría tener un hijo tan mayor que va a entrar en la universidad a estudiar ciencias económicas- decía Alicia la menor de los seis hermanos

─ Nos arreglara a todos la contabilidad-decía otro

─  Ya ver si nos saca de algún apuro- decía su padre, orgulloso de su hijo

 En estas que la pequeña Ita viene corriendo, roja como un tomate y chillando:¡¡ El primo!! ¡¡el primo se ahoga!!

 Todos se levantaron dejando la mesa vacía y se fueron a las olas. Su padre se tiró al agua vestido y allí estaba Alfredo peleándose contra los amarres de una barca de pescadores anclada. Se había enganchado por el cuello y casi se asfixia.

Su tía Julia, enfermera, le hizo la respiración artificial y lo llevaron al hospital más cercano a media hora de camino.

  Volvió en si a lo largo del día y, a pesar de todo, el muy cabezota  quería seguir yendo a coger olas.


Maribel Fernández Cabañas



Luces

Luces

Vengo de una isla volcánica y montañosa. De montarme en guagua, de tomar el sol en las terrazas de los cafés en invierno, de pasear por la avenida de Puerto Naos.

 De subir al mirador el Time y bajar de noche entre oscuridad y plataneras por los pueblecitos con farolitas tintineantes, para no hacerles sombra a las estrellas y dejar que los astrónomos del Roque de los muchachos a dos mil metros de altura las observen y las estudien.

Y llego a la gran ciudad y parece que no hay noche pues los focos fuertes de luz de las farolas la matan.


Maribel Fernández Cabañas


Ruidos

Ruidos

Sara, una mujer de mediana edad, vivía en un primer piso de un edificio de doce plantas con su hijo y su perro. Contenta sin ruidos en su casa, ya que a pesar de vivir en una gran ciudad, el barrio era residencial y tranquilo.

 Abrieron un  bar restaurante en el local comercial de abajo y por las noches ponían la música muy alta. No la dejaban conciliar el sueño, se quejó varias veces personalmente al dueño del bar pero nada, el “pum, pum” seguía hasta altas horas de la madrugada

Sara no es de quejarse, a ella no le gustan los enfrentamientos, pero claro cuando algo le irrumpe su terreno y la tranquilidad de su espacio íntimo pues ella protesta.

 En principio se cambió de dormitorio para ver si  el ruido de la música a todo volumen,  sólo se notaba en una parte de la casa y comprobó que en todas las estancias de su hogar retumban el suelo y las paredes.

Buenas noches, soy la vecina que vive justo encima de este bar, dijo Sara al dueño del local.

Vale, ¿quiere tomar una cerveza?, la invitó él (llevaba cazadora de cuero negra con chapitas y toda la oreja derecha llena de piercings)

No gracias, vengo a pedirles que a partir de las diez de la noche bajen el volumen de su música pues se oye a todo volumen en mi piso. Según veo tienen los altavoces en el techo. Se explicó Sara muy seria

Ok, no se preocupe por eso señora, que a partir de esta noche no oirá nada. Dijo muy convincente el del bar con una sonrisita.

 Era invierno épocas de exámenes y noche cerrada, ni un alma en la calle y el hijo de Sara estudiando su segundo curso de bachillerato:

¡Que paren ya por favor, con esa música tan fuerte! Se quejaba el hijo por no poder concentrarse.

─Ponte unos tapones en los oídos Saul porque hasta las doce no puedo llamar a los municipales. Le instaba Sara

 A las doce de la noche, tuvo que llamar a la policía municipal los cuales le pidieron su nombre DNI, apellidos, dirección… Ella formalmente se los dio y  a la una de la madrugada cesó la música.

 A Sara le pedía el cuerpo meterse en la cama a las diez, pero  hasta las doce no podía dar la queja por teléfono a la autoridad competente, así día tras día, y los del bar haciendo oídos sordos.

Al cabo de un mes el ruido de la música cesó, por fin.

 Pero Sara ya tenía en mente como resarcirse  por su cuenta de las horas de sueño que había perdido y de haber tenido a toda su familia con los nervios de punta.
 De tal modo que a  las ocho de la mañana, cuando  paseaba a su perro,  por la calle  llena de árboles  recogía los excrementos en una bolsita y religiosamente todas las mañanas, durante quince días, los depositaba en el felpudo de la puerta del bar cerrado y se iba con una sonrisita.


Maribel Fernández Cabañas 


Mil novecientos

Mil novecientos

Aquí estoy como si fuera mil novecientos, cuando el arquitecto Domènech construyó la Ciudad hospitalaria de Sant Pau: Piedra, ladrillo, cristal, mosaicos, estatuas de ángeles cúpulas de cerámica…

 El doblar de una campana, el susurro del viento, el olor a abeto, a tomillo y a lavanda.

 En estos jardines donde, en esa época, los enfermos se recuperaban dando sus paseos al aire libre, entre  la vegetación y el sol, en este reducto tranquilo del centro de Barcelona.


Maribel Fernández Cabañas


Rastrillo

RASTRILLO

Es domingo un domingo entre veraniego y otoñal, las calles del Barrio Gótico están solitarias pero llenas de luz y de frescor por los de la limpieza del ayuntamiento que riegan las calles con su manguera. Da gusto caminar y poder hacer fotos al ayuntamiento de estilo neoclásico y al Palacio de la Generalitat de estilo barroco.

  Todas las cafeterías están cerradas, con lo cual mi desayuno se retrasa, cosa que no le hace gracia a mi estómago, por el contrario  mi vista  se va recreando en los edificios nobles, totalmente despejados de grupos de turistas que dentro de un rato aparecerán con sus cámaras de fotos.

Sigo andando por una calle que hace bajada y me encuentro con lo que dirían en Marruecos “un zoco”: mucha gente agolpada alrededor de unos tenderetes, son los coleccionistas de monedas y  sellos, todos entrados en años, sólo hombres.

Me siento en un banco y los contemplo, están empezando sus primeras ventas y trueques. Pero de pronto hay algo que no me encaja con la filatelia y la numismática: gente alrededor de los tenderetes con bolsas llenas de cosas y maletas  muy sucias y no son turistas, más bien son personas marginales. Me pregunto ¿qué hacen aquí si no llevan albunes de monedas, ni de sellos? Uno de ellos es una anciana con sombrero de paja, pantalón largo y camisa de flores que tiene muchos tic nerviosos y sus manos tiemblan mientras, saca de una de sus bolsas una sábana y la extiende en el suelo, donde acto seguido va colocando, con esmero, unos zapatos de tacón blanco que bien podrían ser de su noche de bodas, y unas gafas de sol… baratijas y  más baratijas. Un hombre alto y con bigote hace lo mismo que ella y así se forma un mercadillo de objetos de segunda mano.

Observo que están ahí intranquilos. Mientras otros tempraneros se acercan, tocan las gafas y los tacones y objetos expuestos para la venta, abren su monederito sacando unas monedas y un billete de cinco euros y sin envoltorio ni nada se llevan la compra. Los compradores sonríen parece que han hecho el negocio del día.

Los del rastrillo de segunda mano,  miran izquierda derecha de la plaza  y de pronto recogen todo en su sabana y echan a correr por las bocacalles, la anciana a paso lento se refugia entre los soportales que rodean toda la Plaza Real, escondiéndose entre turistas mañaneros que toman té con croissants.

  Miro a ver qué pasa, ¿qué es lo que los ha espantado? y son dos policías que se acercan para levantarles el tenderete y ponerles una multa. Afortunadamente ninguno ha sido enganchado.
Es entonces cuando me alejo, yo también, y vuelvo por donde he venido.


Maribel


Mi tía Eli.

Tía Eli.

Había viajado para ver a mis parientes desde Londres a un pueblo de España. Tenía mucha ilusión por ver a mi tía Eli de noventa años, mi querida tía la única tía cariñosa que me quedaba de las hermanas de mi madre. Sabía de ella por Rita, una prima mía de sesenta años muy arraigada en el pueblo. Una mujer con principios de lo que es ser honrada y cabal y ella vio que mi tía ciega y con parálisis de nacimiento en una pierna que le hacía perder el equilibrio no podía estar sola.

Recuerdo que cuando mi tía Eli tenía unos cincuenta años, se agarraba fuertemente a mi brazo de quinceañera todo músculo y huesos. Era  verano y nos alejábamos del calor del pueblo y nos íbamos a las Playitas de Cádiz... Sí, ella andando por la calle perdía el equilibrio y se agarraba como un tornillo a mi brazo, que hasta me hacía daño, pero yo no me quejaba y soportaba el pellizco de sus dedos también huesudos…  Era mi tía, mi pobre y risueña tía que tenía esa disminución.

Cuando entré con mi prima en el chalet-residencia, blanco con jardines y enredaderas y suelo de azulejo rojo con cuadritos amarillos. Iba con el entusiasmo de ver a mi Eli. Sí con la que tantas veces me había reído desde el auricular del teléfono. Ella, en su casa viejuca de pueblo y yo en mi piso de capital, ella sin casi ver los números de teléfono para marcar mi número, pero que siempre me lo pedía para llamarme en mi cumpleaños. Y así con esa ilusión de hablar conmigo se quedaba hasta que yo la volvía a llamar.: Pero ya últimamente ni ese lazo conservaba de mi tía. El último invierno que la vi en su habitación del pueblo, Eli estaba hecha un cuatro en la cama y encogida de frío.

 Y cuando la volví a ver, en la residencia, calentita, abrigada fue la emoción la que le inundó, al oír  a mi prima  decirle al oído: tía Eli que está aquí  la prima Lucía de Londres. Su cara, que en un principio era como pensativa y relajada, se tornó en una sonrisa, las arrugas y los gestos vibraban y sus canas se movían buscando mi rostro para besarme. Nos besamos y abrazamos muchas veces. Yo le dije: qué guapa estás Eli y ella me dijo: yo a ti no te veo, pero debes de estar también muy guapa.
Le hice una descripción de la residencia tan bonita en la que estaba y que en las paredes de la sala de estar donde ella y otros tantos ancianos se encontraban, en silla de rueda, había hermosos cuadros pintados al óleo por la prima Rita.

Pero no le dije que  había una mujer que gritaba y me llamaba, gritaba tanto que me inquieté y se me rompió el estar con Eli., porque ya no era la tranquila casa de pueblo de tía Eli. Me di cuenta de que allí estaba, porque necesitaba un cuidado especial y Rita no podía dárselo a pesar de que la visitaba cada día, ni yo tampoco, y me fui suspirando y pensando que quizá eso en vez de una visita había sido una última despedida.



Maribel Fernández Cabañas


Sólo sé que no se nada

“Sólo sé que no se nada”

Ayer tuve el placer de disfrutar de grandes actores y grandes voces en la programación del festival de teatro  de Barcelona” Grec 2015” en una obra” Sócrates juicio y muerte de un ciudadano” dirigida por Mario Gas y con un reparto excepcional : Josep María Pou y Amparo Pamplona, entre otros.

Sócrates  en su búsqueda de la verdad, su indagación mediante el diálogo, sobre la moral, la honestidad, la justicia, el conocimiento del hombre, lo convierten en un ser “peligroso” para cualquier tipo de hipocresía, ya sea individual, colectiva o incluso estatal o democrática a medias. 

Sócrates el gran orador que nunca escribió nada y al que se le atribuye la frase de “Sólo sé que no se nada” es condenado ,  por la joven democracia ateniense, a la ingesta del veneno, la cicuta, que le producirá la muerte y sin haber hecho nada malo, sólo buscar la verdad y la honestidad.

Y el director de la obra la dedica al pueblo griego y a su gobierno, esperando que el caso de Grecia sirva para que avance la Europa de los ciudadanos y retroceda la Europa del  gran capital.


Maribel Fernández Cabañas




Grecia

Grecia.

Este pueblo vecino bañado por nuestro Mediterráneo y que con valentía ha dicho lo que verdaderamente siente, valor ante los políticos opresores y capitalistas que llevan años robandole su calidad de vida.

 Este pueblo que ha sufrido el verse sin cubrir las necesidades mínimas para subsistir en esta Europa dominada por el capitalismo de las grandes empresas y de los bancos.

 Esta Europa que lleva años siendo de unos pocos y a costa de recortes de sueldos y recortes en salud y en educación…, sueldos de trabajadores, pensiones de los que han trabajado duros años y que ahora el Banco Central Europeo les impide disponer de ellas.

Me pongo en la piel de los vecinos griegos y sólo puedo mostrar admiración y sentir la piel de gallina cuando escucho las noticias de los reporteros que están allí.
 ¡Olé Grecia! que durante años ha sido saqueada por los mandatarios de esta “Unión Europea” e ahora empobrecida conserva su dignidad y   ha dicho¡¡ Basta!! Ya no queremos más recortes y sentemos nos  a negociar escuchando la voz de la democracia.


Maribel Fernández Cabañas


Sesión de gimnasia

Sesión de gimnasia.

Es por la tarde Lucía se acaba de levantar del sofá donde ha echado la siesta, está adormilada, entonces pone la radio en Kiss FM y suena una música con ritmo y empieza a mover todas sus articulaciones y músculos atontados del letargo. Sus piernas se van despertando, sus brazos hacen movimientos de coordinación, arriba, abajo…y le entran ganas de bailar.

Luego pasa a hacer ejercicios en el suelo estirada en el tatami, su marido está muy callado, la observa y no dice nada, ella tampoco pues no quiere romper ese momento de bienestar físico, hacia días que tenía un dolor en el hombro y no podía hacer movimientos bruscos y por fin en forma.

La música inunda toda la estancia y los ventiladores del techo giran y giran, refrescando el ambiente de bochorno que hay en la calle.

 Da gusto estar en el salón, en estas horas de calor. Hay momentos en los que se está muy bien sin necesidad de hacer nada especial.



Maribel Fernández Cabañas



Lucrecia y el ratón

Lucrecia.

 Lucrecia vive en un pueblo pequeño y sombrío, ella se levanta hecha el brasero y se sienta a leer  en la mesa camilla calentita, mientras desayuna tranquilamente sus tostadas con café.

 Lucrecia siempre está acompañada y su casa, aunque vieja, casi nunca está vacía. Esta vez la invitada era Lucía que se quedaba a dormir en un cuarto al fondo del todo de la casa  lleno de humedad y con manchas en las paredes enjalbegadas. Había una mancha que tenía forma de nube y con un agujerito sospechoso y una escueta ventana que daba al patio, por donde entraba la luz desde el amanecer y la despertaba. A Lucía esa habitación lúgubre le daba un poco de miedo e intentaba poner su transistor para escuchar un poco de música que la distrajera pero no había manera de coger ninguna frecuencia.

 Lucrecia a esas horas de la noche estaba a la luz de una bombilla que apenas si alumbraba viendo la tele, pero Lucía lo que quería era leer un poco y por suerte en la húmeda habitación había más luz que en la salita y cada noche se retiraba después de cenar y se quedaba dormida  leyendo y escuchando el ruido de la tele  que se traspasaba por la puerta de  la cocina a dicho cuarto.

 Pero una noche se quedó dormida intranquila mirando la mancha de humedad con forma de nube y  el agujerito  en la blanca pared, durmió con un ojo abierto y otro cerrado y  le pareció que el agujero ahora era un poco más grande ¡ Bah no tiene importancia mejor me  duermo!, se dijo a sí misma.

 A las cuatro de la madrugada un chirrido y ruido extraño la despertó, encendió la luz y vio como un animalito, entraba y salía por el agujero y empezó a gritar: ¡Socorro un ratón!. Lucrecia, profundamente dormida, en la otra punta de la enorme casa no la oyó. Entonces Lucía decidió que ella le daría fin a esta situación: fue a la cocina a por un trocito de queso que le puso al ratón en el agujerito mojado en lejía( lo más tóxico que encontró), así seguro que pasaría a mejor vida, pensó, y se fue a la salita a ver si dormía un poco mientras el animalito picaba el anzuelo. “Mejor que no alborote al personal” e intentó conciliar el sueño tumbada en el sofá y arropada con el calorcito de la falda de la mesa camilla.

Por la mañana cuando Lucrecia se levantó a renovar el brasero de picón  ─ ¡Lucia que haces aquí, que raro!

─ ¡Ay qué mala noche, hay un ratón en mi cuarto!. Le contestó Lucía con los ojos medio hinchados de no dormir.

Y Lucrecia le dijo tan tranquila:
¡Ah si!, ya me lo dijo mi hermana la de Zamora que es la que siempre duerme en ese cuarto cuando viene; pero los ratones no hacen nada.


Entonces Lucía le dijo:─ ¡Pues yo esta noche duermo contigo, amiga! ¡Y en cuanto abran las tiendas me voy a por un buen mataratas!.


Maribel Fernández Cabañas










De teléfono

De teléfono.
Los sábados por la mañana llamo a mi segunda casa que es la de mi amiga Susi. Ella con su sencillez y elocuencia me cuenta con gracia y desparpajo:
─Le estoy dando una segunda manita de barniz a la puerta de la entrada y se me ha acabado el bote, ahora me arreglo y voy en un momento a la droguería.

Otras veces está recogiendo los limones caídos del limonero del patio o se está poniendo guapa para salir con las amigas a una comilona que van a celebrar porque ha llegado fulanita de Barcelona y va a estar unos días en el pueblo.

Susi es alegre y me gusta escucharla, habla con esa voz delicada y con esa actitud resolutiva ante cualquier inconveniente que se le pueda presentar. Se explica muy bien por teléfono y parece que la tengo a mi ladito, cuando se va al extranjero de viaje, hecho de menos hablar con ella.

En definitiva Susi tiene la habilidad de entenderse muy bien con los demás, habla hasta con su sobrinito el parisino por video llamada, alguna vez la he visto y coge una marioneta de trapo y sin proponérselo lo hace reír, sólo con sus bonitas palabras y su abierta sonrisa.

Ella no se olvida de nadie, cuida por igual a todos los que tenemos la suerte de tener su casa como segunda casa.


Maribel Fernández Cabañas.


Función de teatro

Función de teatro.

Era la primera vez que iba sola a un teatro y es que para todo hay una primera vez.
 Llegué con tiempo de sobra para familiarizarme con los que serían mis compañeros entre el público: mujeres de mi edad con algunas patas de gallo y grandes sonrisas, besos y abrazos al juntarse todas en el hall, vestían como yo con pantalón largo y camisa de flores y el pelo también a melena nos parecíamos, eso ya me gustó.

Por otra parte estaban los más mayores, estos iban muy elegantes con sus trajes de chaqueta y daba gusto verlos. Todos también muy sonrientes con sus señoras de collares  y pendientes de perlas majorícas y con blusas de punto inglés; echaba de menos algo de juventud pero claro los jóvenes son más de ocio nocturno.

Al cabo de un rato abrieron las puertas y andando por un pasillo enmoquetado en burdeos encontré mi butaca bien cerca del escenario.
Allí permanecí embobada viendo a los actores con sus gestos, sus voces claras y altas… Disfruté tanto de esa comedia cuyo título era “Los vecinos de arriba” los cuales hacían mucho ruido al hacer el amor y los de abajo se quejaban… ¡Ay que ver como es el teatro! es como la vida, llena de diálogos cotidianos y de humor en las relaciones de pareja.

Antes de que finalizara la obra y después de haber oído reír al solitario, como yo, de la butaca contigua le dije: ─es divertida la obra ¿verdad? ─ Mucho reafirmó él.

Y a la salida me invitó a tomar algo en el “Café de la ópera” donde estuvimos comentando largo y tendido, la obra y me expresó que él una vez al mes iba al teatro: ─ ¡A ver si volvemos a coincidir!


Maribel Fernández Cabañas

En contacto con el campo.

En contacto con el campo

 Caldes  de Montbui me recuerda  a la tierra Extremeña donde nací: el cielo azul, el sol, la tranquilidad  de un pueblo de gente sencilla que cultiva la tierra, actividad ancestral algo relegada a unos pocos por motivos de que ya hace tiempo que se pasó del sector primario( agricultura y ganadería ) al sector terciario ( turismo y servicios) económicamente hablando.

Huertos con higueras y cañaverales a la orilla de los riachuelos cuya agua está canalizada en pequeñas albercas y acequias que al abrir sus diminutas compuertas dejaran salir al agua para regar los surcos de la tierra labrada.

Patatas y berenjenas en invierno, fresas, lechugas y coles en verano. Me contaba Juan, uno de los hortelanos que estos huertecitos son llevados por gente jubilada que tiene su retiro y con el cultivo de las hortalizas se  entretienen. La gente joven antes si cultivaba pero que ahora están la mayoría en la hostelería seguía explicándome y  daba gusto oírlo hablar, con su voz ruda de persona auténtica que lleva toda su vida con esa labor de sembrar, regar, abonar, recojo hasta tres cosechas al año me decía y ajeno a todos los males sociales de la política mal ejercida. Un reducto a salvo de influencias electorales gracias a la naturaleza.

 Yo con ganas de hacerme hortelana, al escuchar el ruido cantarín del agua correr por las acequias, o el revolotear de las golondrinas entre las fresas ya maduras; golondrinas que anidan no muy lejos de los huertos de este valle, anidan en lo alto de la iglesia, estos bonitos pájaros de los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer.

Y el olor a higuera y el tacto áspero de sus hojas así como lo aromático y fresquito de sus frutos, sabores olores y texturas de mi infancia, aquí a mil kilómetros de distancia.

Maribel Fernández Cabañas






Sucesos trágicos

Sucesos trágicos

Juanito se había despertado hoy lunes con mucha pereza y tenía que ir a un examen, se fue de casa corriendo para no perder el bus y llegar al instituto con su mochila y su bocadillo era un lunes como otro cualquiera hasta que un mensaje en las redes sociales a través de su móvil le rompió el día:” un alumno ha matado a un profesor con una ballesta en Barcelona”.

─Aquí al lado (pensó Juanito) ─ Hay que ver lo que hace la gente (seguía pensando Juanito sin entender). Se contuvo la rabia ante la injusticia realizada dos calles más allá del instituto en el que él estaba).─ Un niño de mi edad que mata (pensaba para sí) ─ Pero si yo lo que hago es cantar y escribir en mi diario─ No comprendo nada ¡en que mundo estamos! ¿Para qué estudio yo si un día de estos me pueden quitar la vida?─ Estoy seguro en este instituto, mis compañeros no hacen esas cosas ni siquiera las piensan. ─ ¡No quiero ni imaginar nada! Se decía a si mismo Juanito.

  Estos eran los pensamientos de Juanito mientras hacia su examen sobre “Historia del Nazismo”─ Ostras que no es la historia del nazismo sólo, sino que se cometen asesinatos hoy en día en mi ciudad, que yo creí que era tan bonita y tan tranquila.

 Juanito necesitaba expresar sus pensamientos y sus sentimientos que lo desbordaban. Entonces no dudó en escribirle una carta al tutor en vez de contestar las preguntas sobre historia del nazismo:
 Querido profesor esta tragedia que ha pasado en el instituto vecino no me deja indiferente usted me puede aclarar porque un chico de mi edad comete estos actos yo no le encuentro ninguna explicación, ni loco ni nada, ni menor ni adulto. No se le puede arrebatar la vida a un profesor y a varios alumnos debemos usar nuestras palabras aunque sean palabras odiosas. No sé si será cuestión de ira o de qué, pero  el homicida había hecho una lista con todos los compañeros a los que se quería cargar.
 ¡Profesor deme, por favor, la hora libre que me vaya a mi casa a llorar!

Juanito firmó el examen salió al patio y pudo hablar con sus compañeros y todos estaban como él desconcertados y deseando que tocara el timbre que anunciara la salida del colegio para irse a sus casas, al parecer más seguras que una institución.


Maribel Fernández Cabañas


Mercadillo Vintage

Mercadillo Vintage.

Era un día frío de invierno de estos días entremedio de otros de bonanza y era el primer fin de semana de mes y cuando Lucía se levantó a pasear a su Nina no se encontró ni siquiera con los vecinos tempraneros que bajan a por el pan para el desayuno de su familia. Entonces pensó: ¡Esta es la mía!, hoy seguro que no habrá colas para entrar en el mercadillo de moda que han puesto en el patio de la antigua fábrica restaurada por el diseñador Mariscal.

 Bien abrigada con gorro, guantes y bufanda allí se presentó y estaba cerrado abrian a las 11h entonces se dio media vuelta y a las 10:30 estaba ella en la puerta del patio de una de las antiguas fábricas que aún quedan en su barrio porque un Mecenas o bien el ayuntamiento las ha restaurado.

 Hizo sólo media hora de cola (de las dos horas habituales que se suelen hacer) para entrar y allí en el patio de la fábrica donde colgaban las buganvillas y había árboles propios de un hermoso jardín…

 Estaban los tenderetes de diseño: bollitos de pan artesanos con harina integral y galletitas con forma de animalitos o de caritas de muñecas, camisetas estampadas con las letras de Barcelona en forma de mosaicos tipo Gaudí, y furgonetas de diseño convertidas en bares donde el olor a carne a la brasa se filtraba por los rincones y entraba en mis fosas nasales.

Una mañana diferente para ver algo pintoresco y aquí os muestro unas fotos.

Maribel Fernández Cabañas








Empezar el día.

Empezar el día.

No hay nada mejor que empezar un sábado tempranito, poner una lavadora y fregotear el baño y luego salir en pijama y bata a la terraza.
Y desde el parque un vecino que está paseando a su perro dice: ─ ¡Hola Lucia, buenos días!
 Lucia desde la terraza de su primer piso y Daniel desde el parque  entablan una corta conversación mañanera sobre características y peculiaridades de los perros caseros y el con su sonrisa le alegra el despertar a Lucia.

Luego Lucía se mete en la ducha se pone guapa y saca a la paciente Nina que lleva un rato esperando, entonces Lucia y Nina hoy hacen otro recorrido y se van al parque grande cruzan por los caminitos de arena sembrados de plantas de lavanda y Lucia arranca un ramillete para luego ponerlo en su mesa escritorio y las huele y se le despiertan los sentidos, pasan por el lago de agua verdecina lleno de patos que nadan en camadas y chapotean celebrando el buen tiempo que nos ha traído la primavera. Nina se para a jugar con otro perrito y se olfatean, luego Lucia que tiene ganas de escribir un poco le dice: ─ ¡Vamos Nina, a casa Nina! Esta se hace la remolona  porque ha visto jugando en el césped a Jana, otra mascota vecina, que pasea con su amo y van a saludarlos.

Lucia sabe que esta tarde, por ser sábado, se volverá a encontrar con Daniel ambos con el carrito de la compra en el súper y que el tema de conversación será diferente esta vez versará sobre los hijos que nacieron el mismo año y jugaban juntos de bebes en la playa  que los llevábamos tempranito los fines de semana pues por aquel entonces no teníamos animales domésticos. Y es que a Daniel y a Lucía les gusta madrugar y también tener a alguien a quien cuidar.


Maribel Fernández Cabañas 

Para el día del libro.



Relatos costumbristas 2

Después de días y meses de maquetación laboriosa por fin esta mi segundo libro ya acabado. Este es el enlace para quien pueda estar interesarlo en adquirirlo on line.


Gracias a tod@s

Y el primer libro clicando aquí:




NOTA: Estos dos enlaces están puesto también en la página principal del blog, con un solo" clic" los podéis adquirir para el 23 de abril "día del libro" donde dice Comprar .

¡¡Abrazos mil !!









Las mañanas.

 Las mañanas.
Las mañanas son de Lucía que se levanta y se toma su tiempo muerto, medio dormida para irse despertándose poco  a poco mientras se toma un café y una tostada, luego se pone guapa porque su perrita Nina la está esperando para el paseo matutino que ahora en vacaciones es un placer porque Lucía no tiene que despertar a nadie ni a Luís ni a Luisito ya se levantarán ellos cuando tengan algo que hacer ,piensa Lucía.
 Lucía aprovecha esta calma vacacional para escuchar a Adele a través de sus auriculares mientras pasea a Nina que corretea por la hierba y husmea a ver si encuentra una chuchería para llevársela a la boca y dejar para después su pienso.
El aire de la mañana es muy reconfortante y a paso ligero va Lucia siguiendo el ritmo de la música y diciéndole a su mascota ¡Vamos Nina!, para que la siga sin pararse. Y Lucia con su olor a gel de Legren y sus labios pintados,  su ropa cómoda y limpia se pasea por los amplios jardines de su calle, a la orilla del mar y se encuentra con vecinos también madrugadores y con sonrisas Colgate que se paran a acariciar a Nina y a hablar del tiempo, hoy lluvioso por cierto.
Luego Lucia, que ya dejó hecha la comida ayer por la tarde y también una lavadora tendida, se sienta en su escritorio mientras Nina se va comiendo el pienso y se queda ya tranquila tumbada en su mantita y disfruta del silencio interrumpido sólo por el teclear de sus dedos o por su lectura en voz alta de algún capítulo de “ El jardín olvidado” de Kate Morton.


Maribel Fernández Cabañas.


Lucrecia

Lucrecia.
 Lucrecia vive en  un pueblo a pocos minutos en tren de la bonita capital y alegre Sevilla.
 Para mi Lucrecia es como una hermana mayor, ella se levanta y lee sentada en la mesa camilla al calorcito del brasero y desayuna tranquilamente sus tostadas con café.
Otras veces se va en tren a Sevilla para reunirse con sus  primos  y comer juntos en un bonito Restaurante del barrio de Santa Cruz.
 Luego se va a la casa rural que tiene en el otro extremo del pueblo, junto a la Iglesia, y la arregla para los huéspedes que vendrán el fin de semana y por el camino se va encontrando con los vecinos a los que siempre hay algo que decir. Además del simple buenos días, mantienen pequeñas conversaciones triviales, aunque sea sobre  lo mal que se seca la ropa en invierno o de lo que cantaron el sábado por la tarde en la coral.
 Lucrecia siempre está acompañada y su casa casi nunca está vacía, una casa con un porche de azulejos geométricos en bonitos tonos azules, granates y blancos. Le sigue un primer paso con dos dormitorios y el segundo paso con dos habitaciones más .
Y con alegria enciende el fuego de la cocina cuya puerta  de cristal da al florido patio y nos  prepara un caldo de verduras a las amigas, amigos, sobrinos y demàs invitados.

El tercer paso que es la estancia más calentita, con  la sala comedor y la salita donde tiene su escritorio, la mesa camilla, con el brasero y una puerta  acristalada que da al luminoso patio con la parra y el limonero.
 Subiendo por la empinada escalera del patio, de baldosas rojas que a medida que vas subiéndola el sol radiante te va acariciando el frío rostro de invierno... se  llega a lo más alto de la casa.
Desde donde contemplar  un  extenso espectáculo de campos frutales a la orilla izquierda del  río Guadalquivir.Y en  el lado opuesto una encrucijada de  calles , de aceras adoquinadas con arbolitos  de naranjos y observar también las fachadas de las casas  encaladas y  los tejados de teja rojiza bien cuidados por los paisanos de mi querida amiga Lucrecia.
Maribel Fernández Cabañas








Julio

Julio.

 Julio era reservado con sus afectos le costaba expresar amor, cariño, sensibilidad. Pero tenía una sonrisa y unos ojos y una expresión de la cara que Lucía captaba y sabía que era amor.

 Cuando ella conseguía algún mérito por su trabajo, el se emocionaba mirándola a los ojos sin palabras, sin besos, sin abrazos y ella veía esos ojillos brillar de alegría y con eso  se sentía enamorada de él.

Julio que era ante todo complaciente, reservaba los festivos que le permitía el trabajo.
Primero un paseo por los senderos llenos de vegetación,  de castaños en flor, y riachuelos de aguas cristalinas. Luego una parada para comer en unos de los albergues para después continuar subiendo, ya sin esfuerzo, en el telecabina hasta la cúspide de la montaña.

Desde allí contemplar las bellas vistas y pasar una noche en el Parador de Turismo en una confortable habitación  brindar con champán.

 La sonrisa de Julio enamorará a Lucia que lo abrazará y lo acariciará, sacando de  él su parte erótica que derrocharán en una noche de ternura, sexo y caricias.



Maribel Fernández Cabañas.



Desde la azotea.

Desde la azotea.
Desde la azotea de mi amiga  Fina, en primavera, se ven mujeres tendiendo ropa al sol en  cuerdas sujetadas con palos para levantar bien la ropa y que se airee,a ver si para por la tarde ya está seca que será cuando la plancharan con delicadeza y tarareando alguna cancioncilla y luego la doblaran y guardaran en los roperos bien colocadita.


También se ve como un mar rosáceo de flores de los frutales. Melocotoneros y ciruelos  en flor de las vegas del río Guadalquivir y se oye el silencio de los pájaros y la voz ronca de los vecinos jubilados que conversan, desde bien temprano, unos con otros a través de sus patios.



De escribir

De escribir

 Salir con la pereza de abandonar el confortable hogar: El ruido de la lavadora que me auguraba ropa limpia y olor a detergente floral, también el hacer la compra en el supermercado donde otras señoras jóvenes como yo compraban para tener la comida a punto para la una del mediodía, hora en la que nuestros pequeños hijos vendrían a casa a comer y a jugar con toda libertad un rato en el parque o en la playa, hasta las tres que empezarían de nuevo la escuela.
 Dejar todo esto a medias para atravesar en metro media ciudad, cruzando la gran plaza de los robustos edificios de los emblemáticos bancos como el Banco Exterior o el de Bilbao con su reloj marcando las 9:30 de la mañana  y la palomas abordando todo el espacio libre de la circular Plaza de Cataluña con la estatua a Frances Macià y otras femeninas de venus desnudas con sus cabellos enredados en diademas de flores… 
 Adentrarme en el ruido de los coches o el barullo de los transeúntes y las ruidosas maletas que arrastran con ilusión los turistas hacia su hotel.

Sí, salir de casa me costaba y a base de esfuerzos por dejar el hogar al que estaba tan apegada cada miércoles llevaba hecho un relato que después de atravesar la plaza y sentarme con mi dinámica profesora que me leía unos temas sobre el tiempo, el tono o el espacio en el relato y que yo absorbía con avidez en una  sala silenciosa de un piso antiguo  de ese bullicioso centro de la ciudad, me fui abriendo paso en el mundo ajeno a mi casa y me fui acostumbrando a dejarlo todo hecho el día anterior. Todo mi hogar funcionando a buen ritmo el día antes para los miércoles encontrar un nuevo hogar en clase de escritura creativa donde me proporcionaban apuntes que me abrían al mundo de la imaginación para luego escribir historias en el transcurso del tiempo mientras la lavadora sigue dando sus vueltas.

Maribel Fernández Cabañas



Té verde

Té verde.

 Lucia con veintitrés años, ya había acabado  una carrera de grado medio y ahora estaba en paro dando clases particulares a niños de EGB, de BUP y  FP  de matemáticas, biología física y química. 

Tenía una alumna de formación profesional  a la que le impartía matemáticas y química que   vivía en un barrio de lujo, su padre viudo estaba siempre ausente. Ella había sufrido la muerte de su hermano mayor  en accidente de tráfico.  Algunas tardes llegaban los repartidores del Corte Inglés con un sinfín de cajas que Yolanda abría y ofrecía a Lucia  todas las exquisiteces del mercado desde jamón de Jabugo hasta una gran variedad de tés, patés, embutidos, mermeladas…

 Se iban  las dos a la cocina a merendar y allí  entre manjares asomaban los ojillos tristes de Yolanda que con sus dieciséis años, le leía a Lucía los poemas  a su difunto hermano; esta le secaba las lágrimas, la abrazaba y animaba a seguir adelante con sus estudios  a la vez que preparaban un té contemplando el agua a hervir en el cacito y cómo las secas y arrugadas hojas verdes  se abrían al echarlas en el agua y  se hacían grandes poco a poco. De esta estancia tan gustosa se iban a la clase en el cuarto de Yolanda, dejando la tristeza y melancolía, Yolanda ya más centrada aprendía la tabla periódica de los elementos químicos (hidrógeno, calcio, wolframio…) y a hacer formulas químicas de ácidos, sales y bases.

 En fin, era una clase como de amiga mayor a amiga jovencita  y falta de cariño.

Cuando terminó los dos años que le quedaban de Formación Profesional se puso a trabajar de auxiliar de laboratorio en un centro farmacéutico. Lucia siguió con otras clases particulares a la vez que preparaba oposiciones.

 Se seguieron viendo de cuando en cuando,  y su amistad crecía como las hojas de té verde al echarlas en el agua hirviendo.


Maribel Fernández Cabañas


De hospital

De hospital.
 Para que detenerme en detalles de lo que es un hospital pues ayer me tocó estar de familiar que acompaña a familiar que va a ser operado. Tuve la suerte de poder desconectar de todo el ambiente hospitalario una horita, mientras mi familiar estaba en quirófano, y eso me dio energía para todo el día, entre batas blancas, jeringuillas sueros salas de espera llenas…. En fin fue este rato que pase con un amigo de la familia :

Mientras desayunábamos Andrés  me mostraba su visión  de la ciudad: los problemas sociales, la política de recortes del gobierno y yo le mostraba a él mi visión rosa de la ciudad una madre que atiende a su hijo pequeño, una catedral que tiene su historia y que yo disfruto contemplándola desde esa perspectiva: de cómo la han construido, de cómo era la gente en esa época hace 500 años, de los gremios artesanales y disfruto de esta ciudad de todos sus rincones que en cada rincón hay una leyenda y todas son interesantes y lo comparto con Leticia que me cuenta de que en 1960 ella iba con su madre a esa catedral y me contaba también como era la chocolatería del Pi que aún existe. 
Emocionada le cuento a Andrés lo bella que es esta ciudad y sus habitantes también; pero él sólo se fija en la política que lleva el alcalde que es nefasta.

 Yo disfruto con las cosas pequeñas como esa: El poder tomamerme un bocadillo en una cafetería y el poder expresar mis ideas y el escuchar las suyas, conversar sobre un mismo tema.
 Andrés ahora  vive en un pueblo  y aprecia el pueblo y es que cada uno amamos lo que tenemos y yo tengo esta ciudad , cada rincón y sus gentes sencillas como el enfermero del hospital que cuidaba de mi familiar . La generosidad de estar ahí curando al enfermo y siendo amable .

Maribel Fernández Cabañas




Reír

Reír
Con mi amiga Leticia me siento libre y rio a carcajadas, nos reímos de las situaciones cotidianas y le sacamos lo que tienen de insólitas, de atrevidas y de humorísticas.

 Ella cuando se ríe se sonroja hasta las cejas y los bordes de los ojos se le enrojecen y yo cuando me rio empiezo a soltar lágrimas y mocos; somos una odisea es para vernos en una cafetería llena de gente a las 11 de la mañana y nosotras ajenas a todo o a casi todo nos destornillamos de risa tomándonos un buen desayuno.

 En mi casa con los míos no me rio tanto porque ellos a estas horas duermen y además tenemos una escala de posiciones dentro del hogar yo soy la madre seria y sensata, mi marido es el hombre intelectual al que no le gustan las pequeñas chorradas cotidianas sólo la fotografía; Mi hijo es el adolescente que  vive intensamente su vida sobre todo con sus actividades escolares y extraescolares con los de su edad.

 También he de decir que  con mi amiga Ángela no me rio porque de cualquier cosa que le cuento ella hace  un mundo denso y tétrico, en fin, que yo siempre que puedo me voy con Leticia porque ella es capaz de aligerar el pequeño drama que Ángela o mi marido pudieran vislumbrar en las cosas que me pasan a mí.

Por ejemplo, el otro día que me quedé en la calle con mi perrita Nina y lloviendo porque se me olvidaron las llaves. Pues yo me reí bastante porque estuve con dos vecinas que también tienen perros y entablamos una larga y tendida conversación debajo de los porches acerca de situaciones similares que le habían ocurrido a ellas y una por ejemplo tuvo que llamar al cerrajero, yo tuve que ir con el perro al instituto de mi hijo a la hora del recreo y el cual me recibió con dos monosílabos ¡ay mama! y me dio sus llaves.
 Mi marido al mediodía me echó una buena retahíla y se me atragantó la ensalada y mi amiga Ángela me dijo que a ella en la vida le ha pasado algo así que siempre lleva las llaves colgadas con una cadena al bolso.
Sin embargo Leticia me dijo: ¡Que bien poder conversar con tres vecinas que también tienen perros y que seguro que lo pasé mejor que en casa cocinando y fregando! ¡Qué bonito es estar debajo de un porche y contemplar la lluvia, es para escribir un relato!,
Me animó riéndose y sacando puntas de estas situaciónes o fantaseando con las anécdotas. Y es que no hay nada como quitarle hierro al asunto.


Maribel Fernández Cabañas