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Mil novecientos noventa y cinco


 El apartamento estaba lleno a rebosar en la avenida principal que daba a la playa más céntrica .Mi tíos, los de la capital, habían alquilado un apartamento grande, por un mes. Y  nos iban invitando a los sobrinos del pueblo por turnos y a las dos titas solteronas del pueblo, divertidas y modernas.

En la semana que estuve yo. Mi tita Alicia me llevaba a la playa al amanecer, paseábamos descalzas y corríamos por la arena en bañador. Nos encantaba ese momento mañanero en el que la arena fina aún no había sido pisada.

 Después de hacer un poco de ejercicio nos dábamos el chapuzón y salíamos del agua fresquitas. De ahí,  nos íbamos a comprar el pan para las tostadas del desayuno del resto de la familia
.
Mis primos de ciudad, eran malos para comer pero les gustaban las tostadas con paté la piara y el vaso de cola- cao. Uno de ellos, Fermín, era un desastre en todo y negado como  estudiante y  mi tía Eulalia no lo dejaba salir hasta que no hiciera los deberes.

No me acuerdo lo que cocinaban pero el caso es que mis tías se organizaban muy bien con la comida y siempre estaba a punto al mediodía, tampoco me acuerdo de quien hacia las camas y de quien lavaba la ropa, pero  todo estaba siempre dispuesto. De  lo que si me acuerdo es de cuánto se divertían mis tíos Ramón y Eulalia y mis titas con otra familia amiga, jugando a las cartas debajo de la sombrilla. Pasaban las horas muertas jugando  y untados de bronceador, mientras  reían y tomaban vinito con aceitunas y gambitas que compraban a los vendedores que se paseaban por la playa a todas horas.

 Daban las tres del mediodía en el reloj de la Catedral y nos íbamos a comer. Mi tío Ramón era el único que dormía siesta, mis titas se ponían a jugar al parchís en la enorme terraza y mi tía Eulalia, gordita y rubia, pasaba el rato ayudando a mi primo Fermín para que acabara los deberes y mientras tanto comían pipas de girasol. Yo  aprovechaba para coger  mi libro del verano” La barraca” de Blasco Ibáñez. Lo recuerdo  un poco triste pero tenía que hacer un trabajo para entregárselo  a la profesora de bachillerato.  Mi tío Ramón, como buen  aficionado a la lectura a veces  me felicitaba cuando me veía leer tan atenta, a pesar de la algarabía, que a ratos, se formaba en el apartamento.

A Mis tíos Ramón y Eulalia cuando estaban solos en su habitación se les oía hablar alto y  discutir acerca del comportamiento de mi primo Fermín,  el que se negaba a hacer los deberes, poniendo excusas que me duele la cabeza, que me duele la mano y sin permiso de ellos se iba y se juntaba con malas compañías y llegaba por la noche cuando todos estábamos ya acabando la cena, unas veces con un brazo roto, otras  con el pantalón hecho girones y alguna vez eran las tantas de la noche y no había vuelto. Nos mandaban a mí y a mi primo mayor a buscarlo. Nosotros recorríamos los alrededores y rara vez lo encontramos.

 Luego llegaba a casa y les contaba una larga historia a sus padres que nosotros oíamos, sabiendo que estaba mintiendo.

Mi tío Ramón se ponía rojo como un tomate y le gritaba a Fermín:

─Así no vas a llegar a ninguna parte, harto me tienes zoquete ¡Interno te voy a mandar!
Dicho esto, encendía un puro y se quedaba un rato hablando solo en la terraza” habrá que ver el niño este, Dios mío dame paciencia”

Y mi tía Eulalia, sin alterarse, le decía:

 ─ Anda hijo acuéstate sin cenar y no hagas enfadar a tu padre
Y nada más, cuando nosotros ya en la cama y escuchándolo todo,  esperábamos un buen pescozón o zapatillazo y verlo llorar.


Maribel Fernández Cabañas