Té verde.
Lucia con veintitrés años, ya había acabado una carrera de grado medio y ahora estaba en
paro dando clases particulares a niños de EGB, de BUP y FP de
matemáticas, biología física y química.
Tenía una alumna de
formación profesional a la que le
impartía matemáticas y química que
vivía en un barrio de lujo, su padre viudo estaba siempre ausente. Ella
había sufrido la muerte de su hermano mayor
en accidente de tráfico. Algunas
tardes llegaban los repartidores del Corte Inglés con un sinfín de cajas que
Yolanda abría y ofrecía a Lucia todas
las exquisiteces del mercado desde jamón de Jabugo hasta una gran variedad de
tés, patés, embutidos, mermeladas…
Se iban
las dos a la cocina a merendar y allí
entre manjares asomaban los ojillos tristes de Yolanda que con sus
dieciséis años, le leía a Lucía los poemas
a su difunto hermano; esta le secaba las lágrimas, la abrazaba y animaba
a seguir adelante con sus estudios a la
vez que preparaban un té contemplando el agua a hervir en el cacito y cómo las
secas y arrugadas hojas verdes se abrían
al echarlas en el agua y se hacían
grandes poco a poco. De esta estancia tan gustosa se iban a la clase en el
cuarto de Yolanda, dejando la tristeza y melancolía, Yolanda ya más centrada
aprendía la tabla periódica de los elementos químicos (hidrógeno, calcio,
wolframio…) y a hacer formulas químicas de ácidos, sales y bases.
En fin, era una clase como de amiga mayor a
amiga jovencita y falta de cariño.
Cuando terminó los
dos años que le quedaban de Formación Profesional se puso a trabajar de
auxiliar de laboratorio en un centro farmacéutico. Lucia siguió con otras
clases particulares a la vez que preparaba oposiciones.
Se seguieron viendo de cuando en cuando, y su amistad crecía como las hojas de té
verde al echarlas en el agua hirviendo.
Maribel Fernández
Cabañas