Estudiando, estaba Alicia aquella
tarde en la pensión de Dª Carmen (mujer huraña que siempre estaba controlando
las entradas y salidas de sus adolescentes
de primero de Magisterio) cuando se presentó por sorpresa su amiga
Paquita la del pueblo.
─ ¡Alicia, Alicia dime que sí! ─ ¿te
vendrás mañana conmigo al Algarve? Le he dicho a mi madre que me venía a pasar
el fin de semana a tu pensión y me ha dejado.
─ ¿Con que dinero pagaremos el
autocar?─Preguntó Alicia─
─Eso da igual, pasan muchos coches que
van de turismo al Algarve y enseguida nos cogerán, nos ponemos en la nacional y
total son trescientos kilómetros, salimos a primera hora de la mañana, plano en
mano, mochilas al hombro y por la tarde a disfrutar de las calas de faro y
lagos. Llevo la kodak traeremos fotos de recuerdo─ dijo Paquita
─ ¡Vale, donde está el plano!─Dijo
Alicia guardando los apuntes en su carpeta.
Aquella noche Alicia soñó con las
maravillas de ese enclave portugués.
Bien temprano se levantaron,
prepararon unos bocadillos, echaron frutos secos y agua y se encaminaron a la
carretera nacional. La pensión estaba en completo silencio, como si todos
durmieran.
Se pusieron a hacer autoestop y
pasado un par de horas subieron a un coche de una pareja de hippies alemanes.
Las dos amigas llegaron a faro en el coche de
los alemanes:
─Donde vais a dormir, preguntaron
ellos chapurreando español.
─ En la playa,
─ Pero si no tenéis sacos
─ No importa dormimos con el abrigo
puesto.
La noche era fría, el viento y el
oleaje estaban enfurecidos. Se tumbaron a dormir en una cala, junto a unas
rocas
─ Vámonos al coche─ decía Alicia tiritando.
Paquita no acertaba a hablar, le
había entrado una risa nerviosa e imparable.
Los alemanes se despertaron, se fueron al
coche y le dejaron a ellas un saco.
─ Que bien porque ya no podía dejar de
castañear los dientes, dijo Alicia
Y después de dormir calentitas, las dos en el
mismo saco, por fin amaneció. Los alemanes se despidieron para seguir su ruta.
Con gran apetito mañanero caminaron
por las callejuelas de faro, en busca de un buen desayuno: Entraron en una
panadería, se acopiaron de pan, leche
y mantequilla y se lo fueron
comiendo por el camino. Anduvieron por
los alrededores, paseando y viendo las playas de día y haciendo fotos con su
pequeña kodak. Repusieron fuerzas para ponerse de nuevo en la carretera a ver
si algún coche las dejaba en Lisboa; así cogerían la carretera nacional de
vuelta a casa.
Un americano en un coche rojo, lleno de latas
de refrescos y bolsas de frutos secos. Tenía la costumbre de frenar de cuando
en cuando para tirar fotos al paisaje. Las llevó hasta Lisboa, las invitó a comer marisco y
zapateiras. Ellas que solo probaban las gambas en las fiestas del pueblo, se
sentían como en un restaurante de película.
El
americano les dijo que se dejaran de hacer autoestop que era peligroso y
les dio tres billetes de diez escudos
para que se pagaran el bus de línea.
Cansadas y eufóricas, se sentaron en
las hermosas escaleras de la puerta de Magisterio a contarles a sus amigas su
aventura.
Cuando llegaron a la pensión, a darse
una buena ducha, Dª Carmen le dijo a Alicia:
─Tus padres han llamado y les he
dicho que anoche no dormiste aquí.
Alicia, se puso las manos en la
cabeza.
(Maribel FC)