Érase una vez, hace muchos años en los que se casó una
maestra princesa, en un pueblo muy lejano. La fiesta se celebraba al atardecer
y terminaba cuando los invitados se quedarán satisfechos y contentos y les dejó
bien dicho a cada uno de los invitados podéis venir acompañados de quien
queráis. Una compañera maestrilla como la princesa también fue a la boda,
acompañada de dos miembros de su familia de otro pueblo a trescientos kilómetros
del de Cintia.
En la boda los manjares no faltaron y los amigos tampoco, un
grupo de hizo cada vez más grande, porque los familiares de la maestrilla y el
director del colegio, se pusieron a contar chistes y se destornillaban de risa.
La boda acabó cuando se fueron ellos felices y sin comer perdices.
Maribel Fernández Cabañas