Laboral de Cáceres
Recuerdo cuando mis amigas quinceañeras
y yo íbamos las tardes de fines de semana, después de haber estado de lunes a
viernes en la laboral internas estudiando horas y horas, pero primeramente
habíamos asistido a clases por la mañana. Allí,entre otras niñas adolescentes
como nosotras, lo que hacíamos era estudiar y estudiar.No obstante salíamos los
fines de semana con una autorización firmada por nuestros padres. Las
educadoras nos dejaban salir a Cáceres hasta las ocho de la tarde.
Ateniéndonos a esos horarios cogíamos el
autobús especial de este mundo nuestro de cuatro años de internado.No nos faltaba de
nada: cine, comedor, salas de estar para escuchar música, cafetería, pistas de
baloncesto y balonmano, piscina climatizada…
Nuestra vida giraba en torno a
esa amistad y esa familia nueva que éramos nosotras las quinceañeras del
internado de la Universidad Laboral, con niñas venidas de todas las provincias
españolas e incluso de las islas Canarias y de las islas Baleares y esos
profesores que subían tanto el nivel académico.
Las educadoras como por ejemplo Pilu ,que era
asturiana, nos explicaba: “Luego cuando
vayáis en vacaciones a vuestras casas amoldaros a la humildad que reina en
ellas y no le exijáis a vuestros padres el lujo que tenéis aquí”.
Por otra parte la educadora
Marisa nos dejaba un ratito más la luz encendida por la noche, en nuestras
habitaciones de dos literas.
Esa rutina se rompía los sábados y
domingos con los pastelitos de plátano en la calle Pintores. El champú de color
celeste, de la perfumería de la calle Cánovas,
los tejanos Lee que eran nuestras compras, recorriendo la antigua ciudad.
También los exámenes de reválida de sexto de bachillerato en el Instituto el Brocense,
con todos los niños a los que sólo veíamos los fines de semana. La primera vez
que me rocé el brazo con uno me puse hasta colorada, de no verlos ni en pintura,
y sentí un bochorno muy incómodo y él ni siquiera se dio cuenta, porque estaba acostumbrado a la Escuela Mixta.
Estas eran nuestras ocasiones fuera del
internado y sin uniforme, pero nunca llevábamos faldas, siempre nuestros vellos
en las piernas tapados con pantalones y cuando se celebraba algún acto
institucional y había que ponerse la falda tableada a cuadros, me tenía que depilar con
maquinilla de afeitar, así que luego me
crecían los vellos como cactus y me pinchaban las piernas.
En la ciudad de Cáceres además de
todo esto también íbamos a hacernos fotos en el Arco de la Estrella o a tomar
una Fanta en la Plaza Mayor en la cafetería El Pato y nos sentábamos allí a reír
y a charlar compartiendo la alegría del Centro Histórico. Por último, paseábamos haciéndonos fotos de
recuerdo, que luego le mandábamos por carta a nuestros padres, hermanos o
amigas del pueblo. Fotos, por ejemplo, dándole un beso en los pies a San Pedro de Alcántara en la Plaza de Santa María, para que nos buscara un buen novio.
Maribel Fernández Cabañas