En contacto con el campo
Caldes de Montbui me recuerda a la tierra Extremeña donde nací: el cielo
azul, el sol, la tranquilidad de un
pueblo de gente sencilla que cultiva la tierra, actividad ancestral algo
relegada a unos pocos por motivos de que ya hace tiempo que se pasó del sector
primario( agricultura y ganadería ) al sector terciario ( turismo y servicios)
económicamente hablando.
Huertos con higueras y cañaverales a la orilla de los riachuelos cuya agua
está canalizada en pequeñas albercas y acequias que al abrir sus diminutas
compuertas dejaran salir al agua para regar los surcos de la tierra labrada.
Patatas y berenjenas en invierno, fresas, lechugas y coles en verano. Me
contaba Juan, uno de los hortelanos que estos huertecitos son llevados por
gente jubilada que tiene su retiro y con el cultivo de las hortalizas se entretienen. La gente joven antes si
cultivaba pero que ahora están la mayoría en la hostelería seguía explicándome
y daba gusto oírlo hablar, con su voz
ruda de persona auténtica que lleva toda su vida con esa labor de sembrar,
regar, abonar, recojo hasta tres cosechas al año me decía y ajeno a todos los
males sociales de la política mal ejercida. Un reducto a salvo de influencias
electorales gracias a la naturaleza.
Yo con ganas de hacerme hortelana,
al escuchar el ruido cantarín del agua correr por las acequias, o el revolotear
de las golondrinas entre las fresas ya maduras; golondrinas que anidan no muy
lejos de los huertos de este valle, anidan en lo alto de la iglesia, estos
bonitos pájaros de los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer.
Y el olor a higuera y el tacto áspero de sus hojas así como lo aromático y
fresquito de sus frutos, sabores olores y texturas de mi infancia, aquí a mil
kilómetros de distancia.
Maribel Fernández Cabañas
Como siempre, dándole valor a nuestras raíces y a lo cercano.¡Ole!.
ResponderEliminarComo siempre, dándole valor a nuestras raíces y a lo cercano.¡Ole!.
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