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Cajas de cartón

Cajas de cartón

María llegó a Madrid donde solo conocía a Manuel, un antiguo amigo del pueblo que se había ido allí porque unos tíos suyos muy ricos le pagaban la carrera y hasta un piso de alquiler para que viviera él solo.

María, por el contrario, se pagaba ella sola la carrera trabajando de niñera y siempre que podía iba al piso de Manuel que tenía muy buenas manos para cortar melenas.

─ ¿Ves cómo me ha crecido el pelo?  Y a mis niños también. Venimos a que nos lo cortes

─ ¡Hola María cuanto me alegro de verte! Ya veo que te las apañas muy bien con estos pequeños y que te obedecen. Pero bueno hablemos de nuestros conocidos, decía Manuel.

─Pues que te voy a contar que estuve en el puente de la de Inmaculada en el pueblo y  lo pase pipa con nuestra pandilla. Daniel, el hijo del cartero, está como siempre con sus bromas de muchacho brutito y machote. Manolita  haciéndose el ajuar para casarse con un mozo del pueblo de al lado. Y los demás estudiando como nosotros, cada uno en un sitio distinto. Todos desperdigados.

─Que nostalgia tengo del pueblo yo casi no puedo ir, pues mis tíos me han encomendado que cuide de mi prima, esa muchacha con el pelo rizado a lo afro y de delgadez extrema a la que conociste hace un año.

─ ¡Ah sí! Ya se de quien me hablas: de tu prima Lourdes la que estuvo el verano pasado en las fiestas del pueblo y que acabó la noche  en una ambulancia que  la tuvo que llevar al hospital ¡Cómo se pasó de la raya tu prima!

─Si María, pero ahora es peor: se fue con su chico a Holanda y se ha metido en líos mayores de los que no puedo decir nada ya sabes que le debo favores a mis tíos.

─¡¡Chiss!!, que es hora de que llegue mi Prima y a veces tiene el sindrome, le dijo Manuel a su amiga María haciéndole una señal con el dedo índice de la mano derecha en los labios.

Su prima Lourdes llegó a los pocos minutos venía cargada con una caja.

¡Hola primo!, mira lo que traigo para decorar la casa dijo, sin parar de moverse por el salón y sin acabar de colocar la caja en un sitio fijo.

─¡¡Maldita caja!! es tan grande que no puedo con ella- Dijo la prima enfadada.

 Rompió el cartón de la caja desgarrándolo a tirones y contenía un montón de botellas de cristal.

─Son bonitas¿ verdad?. Las estoy haciendo en el taller de pintura de vidrio -Dijo la prima tocándolas con sus manos huesudas y tensas de puro nervio.

─¿ Y tus estudios Lourdes? -Preguntó María

─¡Los estudios al carajo! y además a ti que te importa

─Bueno Manuel  mejor nos vemos en el rastro los domingos y ya me cortaré el pelo en la peluquería. Veo que no es lo mismo que cuando vivías solo- Dijo María despidiéndose de su amigo.

─Si mejor así. María cuanto te quiero, tu sí que eres una amiga discreta. El sábado por la noche, según vea el panorama, te llamo para quedar el domingo. Dijo  Manuel dándole un abrazo.



Maribel Fernández Cabañas


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