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ABANICO

 

       Había una vez una señora que tenía un abanico y le echaba aire a todo el que se le acercaba y a Lucía también.

Ella tenía una hija, amiga de Lucia, que la acompañaba y se veían una vez a la semana, aunque hiciera frio o calor.

       Esta vez se sentaron en la terraza de un bar a comer buñuelos de bacalao y paella. Había más mesas, una de ellas era una familia muy grande con abuelos, bisabuelos, nietos y biznietos. Lucía los escuchaba y le traían buenos recuerdos de una tía de su pueblo.

       Paseaban por alli, japoneses, franceses y abuelos…también indigentes con pelo grasiento que se acercaban a pedir comida y a estas pobres personas le dieron una botella de agua fresca y un bocadillo y se pusieron muy felices con una sonrisa de agradecimiento.

También pedían el abanico, pero este era mágico ya que se movía solo con un soplo y exclusivamente en las manos de su dueña.

                                                                                 

                                                              Maribel FC

RECUERDOS DE LA LABORAL DE CÁCERES


       El primer año tenía en la habitación una compañera asturiana que era muy divertida, recogía la ropa de la lavandería y sin doblar ni nada la tiraba en su armario de madera al lado de las literas.

       Cuando nos duchábamos en una sala grande de duchas y lavabos con espejos a ella se le oía cantar “Juanita banana se mea en la cama jajaja y su madre le dice cochina marrana jajaja” y yo me tronchaba de risa.

       También cantaba” lalalalá, yo canto a la mañana que me ha visto crecer y canto al día que me ha visto nacer…

       Y por la noche venía una educadora apagando las luces de todas las habitaciones y cuando nos escuchaba hablar entraba en la habitación con una linterna y nos mandaba a dormir.

       Por las mañanas a las siete sonaba la alarma para despertarnos y llegar pronto al comedor antes de que lo cerraran. las clases empezaban a las ocho y media y el desayuno era pan con mantequilla y café con leche.

       Y lo mejor era la merienda que nos daban chocolatinas.

       Y es que cantando los males se espantan

                    

                               Maribel Fernández Cabañas

VERANO MIL NOVECIENTOS SETENTA Y SEIS


       Recuerdo que íbamos a la parcela de mi padre desde el amanecer hasta el atardecer, poníamos nuestro esfuerzo entre los campos de maíz ya crecido.

       Del abono que se le echaba a pesar de llevar pantalón largo, camisa de manga larga y sombrero se nos quedaba todo el polvillo amarillo en la piel y cuando hacíamos un descanso nos íbamos al riachuelo a refrescarnos y a coger cangrejos americanos que luego nuestra madre nos los prepararía para cenar.

       También cogíamos tomates con guantes de goma y los echábamos en cajas y por cada caja que cogiésemos nos daban un dinero y con ese dinero comprábamos ropa.

       Para comer mi madre nos había preparado la fiambrera con chorizo, tocino, queso y pan y mi padre hacia el gazpacho en el sombrajo de caña donde los mayores echaban la siesta y comíamos también tomates con sal y aceite o melones recién cogidos.


                                         Maribel Fernández Cabañas