Había una vez una señora que tenía un abanico y le echaba aire a todo el
que se le acercaba y a Lucía también.
Ella tenía una hija, amiga de Lucia,
que la acompañaba y se veían una vez a la semana, aunque hiciera frio o calor.
Esta vez se sentaron en la terraza de un bar a comer buñuelos de bacalao
y paella. Había más mesas, una de ellas era una familia muy grande con abuelos,
bisabuelos, nietos y biznietos. Lucía los escuchaba y le traían buenos
recuerdos de una tía de su pueblo.
Paseaban por alli, japoneses, franceses y abuelos…también indigentes con
pelo grasiento que se acercaban a pedir comida y a estas pobres personas le
dieron una botella de agua fresca y un bocadillo y se pusieron muy felices con
una sonrisa de agradecimiento.
También pedían el abanico, pero este
era mágico ya que se movía solo con un soplo y exclusivamente en las manos de
su dueña.
Maribel FC
Es que, amiga mía, los abanicos tienen vida propia y singular lenguaje. Un abrazo de abanico rosado
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario amiga querida. Un abrazo muy grande
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