Mi padre se iba con el carro a
trabajar las tierras y a veces nos llevaba a todos los niños a mi una vez me picó
una avispa y mi padre me la curó con el barro de la tierra de labrar. Esas
tierras eran de regadío y tenían un pozo muy hondo con motor para que así
saliera el agua para las acequias que eran como pequeños canales por donde
circulaba el agua que iría a los cultivos.
Pasábamos el día allí y comíamos melocotones de un árbol que llevaba
muchos años plantado y de vecino teníamos a un señor muy simpático al que le
decían “el pinche”.
Lo mejor era el camino en el carro tirado de mulas mi padre y mi tío
cantaban muy bien canciones de aquella época (flamenco, coplas…)
Por aquel entonces yo tendría siete
años y vivíamos en casa de mis abuelos que era una casa como todas las construcciones
extremeñas.
La entrada con un pasillo largo y habitaciones a ambos lados, luego el
segundo paso con la chimenea y una mesa camilla, el hueco de la escalera del
doblado y al final antes de llegar al patio estaba la alacena con los víveres
de la matanza del cerdo, el aceite para todo el año y una tinaja de barro con
el agua.
El caso es que me acuerdo de que mi madre nos compraba esmalte para las
uñas y sin querer manchábamos las paredes blancas y en el hueco de la escalera
hacíamos la cruz de mayo.
No había agua corriente y nos bañábamos en un baño grande de zinc, el
agua la traían los aguadores de la fuente que había en un paraje muy bonito a
las afueras del pueblo.
Me gustaban mucho unas papillas de chocolate que eran para mis hermanos
pequeños.
Y en las escaleras que daban al patio nos hacían fotos en pleno verano y
se nos quemaban los pies del cemento por las altas temperaturas.
Maribel FC