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La habitación.

La Habitación.

A mis 10 años mis padres dijeron adiós a la casa compartida con mis abuelos y nos instalamos en otra casa aún más vieja que necesitó días y meses para rascar la pintura azul fuerte que tenía hasta media pared, a modo de zócalo. Las paredes eran de adobe y piedra.
En aquella época no había ni pintores ni casi nada de lo que hay ahora, entre mi madre y mis tías, estropeándose las manos, consiguieron que esas paredes lucieran un blanco inmaculado, todas por igual y un zócalo bajito de media cuarta del mismo color que la madera ocre de las puertas.
También cosieron, con la máquina de pedal Singer, unas colchas de lienzo blanco roto y las bordaron con gusto y esmero y con ellas cubrieron las dos camas de la habitación nuestra” la habitación de las niñas”.
En esta habitación dormía yo con mi hermana Julia en una cama y mi hermana Flora, la mayor, en otra ella sola.
A la hora de irnos a la cama a mí y a Julia nos gustaba conversar y también ir leyendo cada una una página del libro de cuentos que hubiéramos sacado ese mes del bibliobús. Pero Flora era de las que apagaban la luz y todos a dormir que mañana hay que madrugar.
Yo volvía a encender la luz y Flora la volvía a apagar con lo cual era una lucha infructuosa y Julia y yo dejábamos la lectura y hablábamos en voz bajita.
Pasaron unos años y a mi se me ocurrió que un buen sitio para tener la luz encendida podía ser el hueco de la escalera del “doblao” donde podríamos poner unos cojines y un flexo y sentarnos a leer en pijama.
Se lo pedimos a mi madre y ella habló con un vecino que sabía de electricidad y nos instaló la luz en el hueco de la escalera. Cuanto se lo agradecí a este vecino.
Mi hermana Flora no rechistó y se quedaba dormida la primera como siempre y nosotras dos leyendo en nuestro rinconcito.


Maribel FC

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