El bizcocho de mi madre.
Este bizcocho lo he conocido desde bien pequeña, allá por
los años sesenta.
Cuando una señora del
pueblo daba a luz, enseguida, mi madre, cogía seis huevos ,de las gallinas del
corral, un cuarto de azúcar, un cuarto de harina un vaso de aceite, una
cucharadita de levadura y la ralladura de un limón.
Empezaba su elaboración en
la cocina, batiendo las claras de los huevos a punto de nieve con un batidor
manual y en un baño de barro, que hacía un ruïdo característico, que hace años
no oigo y ahora lo tengo en el recuerdo como algo especial.
Era el ruïdo de la
alegría que se formaba en la cocina , la alegría de una buena mujer festejando
el momento.
Ella no tenía pereza para
hacer un bizcocho. Me acuerdo cuando una señora, de la otra punta del pueblo,
se curó de cáncer de mama. A su casa fuimos mi madre, una de mis hermanas y yo
a llevarle el bizcocho.
Cuando las claras
estaban batidas a punto de nieve, les iba echando el azúcar poco a poco y nos
daba la varilla porque queríamos batir y a base de irle introduciendo el
azúcar, la mezcla cada vez pesaba más.
Pero ella tenía energía para reír y
cantar” que tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora…”, cantaba mi madre mientras batía.
Luego nos echaba un poquito del merengue en una taza, a sus
seis hijos, que la rodeábamos como polluelos
a la gallina. Lo probábamos y nos rechupeteábamos los dedos.
Seguidamente mezclaba las seis yemas y seguía batiendo.
Luego vaciaba el aceite y la harina ,
también poco a poco para que se mezclara muy bien y sucesivamente la levadura y
la ralladura de limón que lo rayábamos en un rayador curvado muy antiguo. Eran limones del limonero de luna que había en
casa de mi abuela, que nos daba limones todo el año. El olor a ralladura de
limón desprendía un aroma, muy
agradable.
Una vez todos estos ingredientes mezclados se ponía la masa
en un molde metálico untado con aceite y espolvoreado de harina y acto seguido
al horno o a una olla especial.
Y así desde bien pequeña he conocido lo que es la alegría de la vida y el festejar los buenos momentos.
Maribel Fernández Cabañas