Un baño matutino.
Desde el paseo marítimo voy viendo la playa con su panorama,
me he propuesto bañarme al lado de casa pero sin conocidos y por eso he
escogido un lunes de finales de julio a las nueve de la mañana.
Las hamacas vacías,
ingenuamente pienso:¡ Que bien no hay gente!, así no me verán los vellos de las
piernas, podré nadar sin que ninguna pelota me de en la cabeza y sin tener que
esquivar a niños con sus flotadores. Nadar de un extremo a otro casi rozando la
orilla y hacer natación, como si estuviera en una calle de la piscina privada.
Voy bajando la rampa que llega a las duchas de minusválidos,
el chiringuito está vacío, en la ducha sólo hay un abuelo muy moreno, que debe
de ir hasta en invierno. Me acerco a las hamacas que están rozando el chiringuito
y apartadas de la orilla del mar…empiezo a ver sombrillas y bañistas: ¡Uy esto no es lo que yo mee esperaba, aquí
se me han adelantado!.
Voy a poner mi toalla
y caminando sin chanclas por entre gente
de mi edad, que apesta a bronceador, en contraste con mi piel blanca del primer
baño al sol.
Decepcionada me digo
a mi misma:¡ Bueno yo he venido a nadar!
y me meto en el agua con niños
chapoteando, abuelas formando un corro y de cháchara… voy saltando obstáculos y
sigo nadando hasta que veo que es imposible con tanta gente.
Pero cuando voy a salir del agua, oigo que me llaman:
─!!Raquel!!
─ ¡Hola Raquel no te hemos visto estos días!¿ Dónde te
metes?
─ Tengo mucho trabajo, ya nos veremos, les respondo y me
despido liándome bien en la toalla.
Eran mis vecinos del cuarto.
Maribel Fernández Cabañas.