Lucía se había adentrado en el mundo adulto donde ya no
había los cuentos infantiles, que le contaba su abuela a la luz de las estrellas
en una noche de verano. Tampoco las nanas que ella había aprendido de su madre y que
luego cantó a su hermana menor, con la que se llevaba trece años.
En el mundo adulto había jefes que gritaban a los operarios,
para que se dieran prisa y acabaran bien su trabajo, había hombres que
discutían por política cuando salían a alternar por el barrio acompañados de
sus señoras y de sus pequeños hijos y se ponían rojos de furia, como si con eso
fueran a arreglar algo.
Aunque era inevitable alejarse de todo esto, porque era la
sociedad en la que tenía que vivir, Lucía hace algún tiempo que encontró un
mundo de palabras dulces en su grupo de escritura, en aquella complicada ciudad
en la que vivía. Con sus cuatro compañeras que se esforzaban por transmitir la
armonía, con solo teclear en silencio.
Y así por ejemplo tecleando le mandó un correo a Leticia:” Vengo del dentista dolorida,
espero estar mejor mañana” Esta le
contestó a su vez: “Te mando unos suspiros de hada para los dos carrillos,
suelen dar buenos resultados”.
Y es que para ellas las palabras dulces, hacían su efecto
mágico de curar y alegrar.
¡¡¡Ole, ole, ole...a los que saben el valor y la fuerza de la palabra!!!.
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