Miedo a la noche
Para Sara, a sus sesenta y dos
años, sólo existía el día. La noche le daba miedo y ahora que era Navidad la
ciudad estaba más iluminada que nunca, así es que decidió salir al teatro por
la noche.
El teatro estaba muy lejos de su
casa, ella llevaba en su bolso cosas que le hacían sentirse más segura como la
piedra de cuarzo que le regaló su amiga Amelia que al tenerla en la mano le
proporcionaría luz calor y seguridad. También llevaba puestas sus gafas nuevas
con cristales limpios y no los antiguos rayados que ya había descartado por no
ver las caras de los paseantes, ni los rótulos de las calles.
Cogió el metro en la parada de su barrio, el
arcén estaba casi vacío. Ella,
haciéndose la valiente se sentó a esperar y por megafonía decían: “Tengan
cuidado con sus pertenencias, el carterista aprovecha cualquier oportunidad
para apropiarse de lo que no es suyo”. Agarró su bolso, cerró todas las
cremalleras y se lo cruzó en bandolera, recostándolo sobre su falda.
El metro, con su olor a humedad y el poco oxígeno, le producía lacrimeo y no podía concentrarse
en un libro ameno que tenía entre manos, así es que decidió no hacer trasbordo
y bajarse del metro en Plaza de la
Concordia donde se quedó contemplando la fuente de colores y con música, al
ritmo del movimiento del agua. Estuvo allí un buen rato distraída con la luz,
la música y el agua.
Al cabo de un tiempo siguió su
camino hasta el teatro, andando cruzó un barrio oscuro y solitario, la cara
empezó a picarle. Estaba asustada y empezaron a salirle granos del mismo miedo
que sentía, entonces vio una cafetería iluminada y llena de gente. Allí se
quedó con su libro y con su piedra de cuarzo, un sitio iluminado y con gente
que charlaba tranquilamente. En este espacio tan confortable los granos le
fueron desapareciendo y después de una
hora de lectura en ese oasis de luz y
calor, siguió su camino hacia el teatro por tortuosas calles laberínticas
llenas de bolsas de basura y de suciedad.
Asustada, con cara compungida, después de
callejear por estas calles oscuras sin
alumbrado de navidad y todo cerrado llegó al pequeño teatro.
A mitad de la función se quedó dormida hasta
que el acomodador, después de haber salido todo el público, la despertó.
Sara le explicó que tenía miedo a
la noche .El acomodador era un joven de unos veinticinco años, bastante amable.
Estaba acostumbrado a la noche y a ese barrio ¿Querría ella seguir viniendo a
este teatro y el la llevaría en coche a su casa?
Se lo propuso y Sara aceptó contenta y aliviada
Maribel Fernández Cabañas
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