Trayecto en tren
Era una tarde calurosa de
domingo llevaba tiempo pensando en coger el tren ya que últimamente todo eran
trayectos en coche por la ciudad .
Esta vez quería ir sola con mi tarjeta de
metro- bus- Renfe disfrutar de un asiento en un tren y empaparme de todo.
Con mi mochilita a la espalda me subí al
tranvía, poca gente, eran las cinco de la tarde de un domingo, casi no había
gente en el tranvía. Me apeé en la estación de Renfe más cercana, la de San
Adrián del Besos y ahí un grupo de gitanos se colaron sin pagar.
Yo iba a coger el tren de la
costa, me dejaron asombrada. Tanta cara dura no veía a menudo por mis trayectos
en ciudad. Iban con el cochecito del niño, los bártulos de la playa (nevera,
radio casete, sombrilla) y cruzaron por el paso subterráneo a la otra vía. Hablaban
a voces, con lo cual me enteré que iban en dirección contraria a la mía: Yo
hacía Badalona, ellos a Hospitalet de Llobregat
En mi anden, había una chica
de unos veinticinco años con cara amable y sentada correctamente, le pregunté
si esta era la vía para Badalona me dijo que sí y que me bajara en la primera
parada. Desde el tren pude ir viendo, pero con otros ojos, sitios a donde había
ido en coche con mi marido como el supermercado alcampo o el puente del petróleo
o la fábrica de anís el mono. Me sentí segura ante lo conocido.
Tenía la sensación de ser más
joven que otras veces. Viajando sola y dejando a la familia en casa. Joven y
atenta a todo.
Al bajar del tren saqué mi
pequeña cámara de fotos y ahí estaba la fachada típica y restaurada de una
estación de trenes de pueblo que era lo que yo iba buscando: Ir a un pueblo,
salir de la rutina de la ciudad.
Lo demás fue ir paseando por
las calles del centro del pueblo con sus casas con hierbajos en los tejados que me resultaban familiares de cuando se corrían los tejados en mi pueblo. Niños
esperando con sus padres en la plaza del ayuntamiento, para disfrutar de una
función de teatro al aire libre.
Señoras mayores bien arregladas y tomado el
fresco en la calle mayor llena de escaparates y de heladerías. Algunos escaparates
mostraban trajes de comunión, otras sandalias de cara al verano, que ya tenemos
aquí mismo.
Todo me pareció más a la
medida de una persona que no la aglomeración de la gran ciudad.
Volví a casa con el tren lleno
de gente que traían las rojeces del sol en su piel y otros la gorra llena de
monedas de andar todo el día de pedigüeños y que según iban contabilizando, comentaban
en el asiento frente al mío, se las iban a gastar en bebida.
Y es que de todo tiene que haber en la viña
del señor.
Maribel Fernández Cabañas
Es muy cercano, me ha gustado. Entran ganas de coger el tren para ver las otras cosas que había alli y sólo las insinuas.
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