Nosotros preparamos un altar para que
nuestros muertos vinieran a visitarnos.
Nuestras primas de México nos
trajeron el árbol de la vida, con sus ramas de cerámica floreadas y las
calaveritas de azúcar para mis niños, nosotros hicimos el pan de azahar que
tanto le gusta a nuestros muertitos.
Laura, ¿dónde ponemos la calavera de
cerámica que nos trajeron las primas?, decía Florencio, su marido con su acento
de Burgos y con el pobre gato negro y miedoso encima de las piernas. Al pobre
gato de chiquito se le derramó encima aceite hirviendo en un accidente
doméstico.
Teníamos toda la casa perfumada de
velas de lavanda puestas en el altar junto a la foto de nuestro difunto y
alegre amigo Melquiades, abriendo una botella de champan y con la sonrisa de oreja a oreja y lo
recordábamos tal cual era él en vida. También la foto de nuestros padres en su ochentavo cumpleaños,
pelo canoso y llenos de arrugas, pero en un momento feliz.
Laura,¿ dónde pongo los nachos con
guacamole preguntaba Enriqueta, su hermana
mayor ¿ Aquí en la parte de la mesa reservada para nosotros los vivos: Mis
honorables amigos catalanes y nosotros, que nos reuniremos alrededor del
altarcito para conversar largo y tendido
, esta bonita noche de difuntos.
Maribel Fernández Cabañas
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