La montaña estaba diferente, le
faltaba algo, no sé si era el seto o las estatuas, desde ella se veía el
puerto sin movimiento, sólo se escuchaba el tráfico de la carretera, el
silencio lo inundaba todo, algunos gatos vagabundeaban por allí.
Los manteros no hablaban para vender y los pocos paseantes que estábamos
tampoco, nuestras mascarillas nos lo impedían, algunos estaban sentados leyendo un libro.
Dimos pronto la vuelta a casa, al menos en el parque de mi barrio se escucha
la algarabía de los chiquillos cuando salen de la escuela.
Me
acordaba de mis amigas las que viven cerca de la montaña pero como todo es a través
de mensajes cortos ni siquiera utilicé mi móvil. Lo que más me llenó de alegría
fueron una rosas que brillaban con un reluciente color púrpura, los dos admirábamos
ese resto de naturaleza.