Las castañas.
Recuerdo aquellos días en los que todos estábamos sentados alrededor del fuego, donde cada uno con un cuchillo rajábamos las castañas , para después ponerlas entre las brasas de la lumbre de la cocina y asarlas. Contemplábamos el crepitar de las chispas y el ruido que hacían al irse asando y mi madre con unas tenazas largas de hierro las iba sacando, de una en una.
Sí , mi madre con todo el don y la alegría que tenía para hacer que a la familia las tardes de invierno en casa nos resultaran cálidas .
Mientras comíamos las castañas aún calientes, en la mesa del comedor jugábamos al parchís y a las cartas y el que perdía ponía una “ perra chica” del monedero de céntimos, expresamente guardado para esas ocasiones.
Lo peor eran los días de tormenta, en los que caían rayos y sólo había un pararayos para todo el pueblo y mi madre nos decía que teníamos que estar sentados con los pies en alto y la puerta de la casa abierta para que pasara el rayo y por la del patio saliera.
Mi madre en voz alta repetía:
-¿Cuándo vendrá vuestro padre del campo?.
-¡Que preocupación¡, con la tormenta que hay.
-¡Que no le haya pasado nada!.
-Rezad un padrenuestro, hijos míos.
Yo imaginaba a mi padre volviendo con el carro tirado por mulas a todo galope, para llegar cuanto antes a casa y ponerse a salvo, porque se decía que lo peor en una tormenta es estar cerca de los árboles.
Por fin llegaba con las botas llenas de barro y todos nos abrazábamos a él, el cual iba repartiéndonos castañas que sacaba de un saco. Luego se iba a cambiar y a asear y de nuevo nos sentábamos alrededor del fuego y nos contaba su vida en el campo que nosotros escuchábamos absortos.
Maribel FC
Este relato me hace pensar en mi abuela, explicando cosas de el...mi abuelo
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