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Como lo agradece el cuerpo cuando lo cuidamos



Ayer por la tarde me fui a dar una vuelta por la rambla de Pueblonuevo iba buscando una perfumería y también una tienda de té pero en realidad lo que quería era salir un rato de casa.

Como tenía un callo en la planta del pie derecho, después de dos horas andando por las tiendecitas y sin sentarme a tomar nada en las cafeterías, que recorren todo lo largo de la calle,mi callo me dolía mucho,además echaba de menos a mis amigas vecinas con las que otras veces he paseado por ahí. 
Pero en las tiendecitas pequeñas eran amables, no tenían muchos compradores pues por ser campaña navideña los clientes se habían desplazado en masa al centro y a los grandes almacenes, para comprar regalos para los amigos y familiares, y me prestaban atención así que pude preguntar sobre todo lo que me interesaba.

Mi callo me seguía dando la lata. Iba andando despacio, disfrutando del ambiente urbano que creo que desde el verano no pisaba o quizás no tanto. Me fijaba en la gente que iba andando unos con los cochecitos de sus bebés, otros con greñas y perros mal cuidados, las señoras del barrio con sus abrigos bien abrochados y agarradas por el brazo charla que te charla, pasaban la tarde. Los vendedores ambulantes habían colocado sus tenderetes con garrapiñadas, turrones, almendras y otros con bisutería artesanal. La rambla estaba alegre, pero mi pie me molestaba.

Al llegar a casa en bus, quería con toda la necesidad del mundo meter los pies en el bidé con agua caliente y sal, nada me lo impedía sólo el cansancio. Me tumbé en el sillón y más tarde cuando ya todos estábamos en casa recogidos para cenar y adentrarnos en la tranquilidad de la noche, me fui a la ducha, con el calefactor puesto. 
Dejé que saliera el agua calentita por la alcachofa y con una esponja corriente y el gel de aloe vera me masajeé todo el cuerpo recreándome en mi pie derecho al cual, una vez seco, le di un masaje con crema hidratante.
Ya con el pijama puesto y las zapatillas de borreguito mis pies  no me dolían, pues los había tratado muy bien con agua, jabón, masaje y calzado cómodo y les prometí que de esta semana no pasaba que los llevaría al callista.


Maribel Fernández Cabañas.


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