El sábado me puse bien guapa para pasear por las calles del
barrio de al lado al atardecer ya que los alumnos de las escuelas de
arquitectura las habían iluminado para darle más vida y belleza.
Había quedado en
la salida del metro con mi amiga María,
a la cual le gusta mucho fijarse en cómo vas vestida y el peinado que llevas. Nos
vemos de tarde en tarde, ella suele ser la que elige a donde vamos y a qué hora.
Disfruté mucho con las cosas de mi amiga
María: En la puerta de la cafetería donde paramos, había un indigente vendiendo
pañuelos de papel, nos abordó para que le diéramos dinero, el” no” que le dimos
no le sirvió e insistía. María, muy vivaracha, le dijo: ─ Si quieres te compro
un bocadillo, dinero no te doy.
El indigente que
iba el pobre mal aseado y con los ojillos lagañosos y barba medio abandonada le
dijo que sí, pero insistía en darle pañuelos. El hombre seguía haciendo su
trabajo. Entramos los tres en la cafetería él delante ya que mi amiga, que era
la que había tomado el mando de la situación, lo hizo pasar como su invitado. Las
mesas de mármol estaban ocupadas en su mayoría por señoras bien arregladas que
conversaban alegre y educadamente.
─ ¡Dele a este
señor un bocadillo y si quiere un café con leche calentito póngaselo!, dijo mi
amiga al camarero de la barra que miraba con cara de pocos amigos.
─¡¡Cocina un
bocadillo de jamón para llevar!!
─ Para llevar
no, se lo va a tomar aquí en esta mesa
-dijo mi amiga rotunda
Y el camarero
ante la autoridad de María, no pudo más
que obedecer a su clienta.
─Te sientas en
esta mesa y sin prisas meriendas pero nada de vender pañuelos aquí,
¿entendidos?- le dijo mi amiga al vagabundo.
Él asentía a
todo con un movimiento de cabeza y se fue con el bocadillo y el café con
leche a su mesa.
Mi amiga me
contaba que esto lo había hecho otras veces ─Estás haciendo una obra de caridad,
le dije.
No pasaron ni
diez minutos que el hombre dejó el bocadillo a medias y se levantó de la mesa y
se puso a pasar mesa por mesa vendiendo pañuelos .Su oficio lo primero. Enseguida
se levantó y mi amiga María que no le quitaba la vista de encima lo
mando sentar y le repitió─ ¡Te he dicho que aquí no se vende, se vende en la
calle! ─ ¡Come, acábate el bocadillo y el café!
Mi amiga tiene
ese carácter le gustan las cosas bien hechas y como su invitado que era tenía
que portarse bien.
El hombre cuando
acabó de comer se acercó de nuevo a nuestra mesa con una sonrisa agradecida y
los paquetes de pañuelos en la mano. Te los doy todos y no me des dinero. Guárdatelos
para venderlos mañana.
─ Hoy no estoy
bien tengo gripe- dijo él
─ ¿Y te has
tomado algo?
─Si un paracetamol
que me han dado en una tienda
─ ¡Ale pues a dormir!
y no me tienes que dar las gracias.
─Vale me voy a
dormir
Y así se
despidieron María y él
Nosotras estuvimos otro ratito conversando y
al cabo de media hora salimos de la cafetería al concurrido barrio.
Pero cuando fui
a entrar por la boca de metro oí una voz que me resultó familiar ¡Cómpreme pañuelos!
Le eché tres euros en el vaso y me dió los seis paquetes que le quedaban,
sonrió enseñando sus dientes negruzcos y dijo:
─ Me voy a
dormir que hoy tengo gripe.
Maribel
Fernández Cabañas
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