Amanecer noviembre.
Salir un domingo a la
calle e ir andando y a cada paso ir contemplando el amanecer en el mar: los
rosas, celestes, grises y anaranjados colores del cielo. Reflejos del sol que
empieza a despertarse.
Seguir andando por la larga calle, encontrarme a una señora
conocida y sencilla que con sus faldas y sus zapatillas de deporte va andando
a paso rápido y me da los buenos días.
Continuar hasta llegar a mi bar
favorito, porque desde el puedo contemplar bien el amanecer y porque tiene
mesas grandes donde sentarme a escribir.
Desayunar un café solo y un croissant
recién hecho y cuando voy a la barra a pagar
veo una orza de aceitunas machadas como las de mi pueblo y he exclamado
¡que buenas las aceitunas machadas! El
camarero, sonriente, me ha puesto un platito para que las pruebe.
No pega mucho a estas horas y menos para desayunar, pero a mí
me han sabido a cariño, ese cariño que le ponían nuestros mayores cuando primero
las machaban, luego las ponían en agua muchos días para que endulzaran y al
final las aliñaban con ajos pimientos y tomillo y sal, hasta que pasaba bastante
tiempo y las servían en la mesa de
acompañamiento con el vinito y un buen plato de carne.
Y es que esté uno donde esté, ya sea pueblo o ciudad, todos
los lugares tienen su encanto y las personas también.
Maribel Fernández Cabañas
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