Continuar el día.
Lucía había dormido mal, se había despertado a las cuatro de
la madrugada con una pesadilla, y como ella es amante de la interpretación de los
sueños la escribió en un papel con mala letruca. Acto seguido se tomó un vaso
de leche y se volvió a meter en la cama, nadie se despertó ni siquiera la
perrita que dormía plácidamente
A las siete de la mañana sonó el despertador y Lucía
enseguida, aunque soñolienta se fue al congelador y como una autómata sacó el
bocadillo de Luisito para la hora del recreo, luego a la ducha, y a tomarse un
café expreso con una magdalena (la rutina de lunes a viernes).
El día se le fue enderezando cuando abrió el correo
electrónico y leyó una carta de su querida amiga Leticia en la que les
recordaba, a las cuatro del grupo de escritura, que el jueves habían quedado en
el Espacio Liceo, una cafetería con mesas grandes y bien iluminadas donde
podrían leer y comentar sus respectivos relatos.
Y a las ocho y media ya estaban los hombres de la casa
preparados para salir. Ella se pondría a limpiar y poner unas lavadoras y a
cocinar unas ricas legumbres al estilo de la fabada asturiana. Eso sí, sin
faltarle la música en sus auriculares.
Y a medida que fue pasando el día la pesadilla se fue
diluyendo en su mente, y no volvió a mirar el papel escrito .Lucía dejó que se
borrada lo pesado y se quedó con lo ligero: la buena música, la limpieza del
hogar, un poco de movimiento por el barrio cruzando unas palabras con los
conocidos Y ¡cómo no!: escribiendo.
Maribel Fernández Cabañas