Lucía
va cada jueves a la playa. Vive en un edificio muy cercano a ella, y le encanta
pasear por ella al amanecer, y correr un poco sobre su arena.
Un día de regreso de su paseo se encontró por el camino a
unos vecinos, que eran nuevos en el barrio. Un hombre joven que llevaba de la
mano a un niño muy lindo. El pequeño era rubito y tenía los ojos muy claros,
uno verde y otro azul. Era un pizpireto charlatán y simpático. A Lucía le hizo
mucha gracia su lengua de trapo y su desparpajo para explicar todo cuanto se le
pasaba por la cabeza. El padre del pequeño le dijo a Lucía que eran nuevos en
el barrio y que se dirigían al colegio del pequeño, que quedaba un tanto
apartado de allí.
Coincidieron más jueves, Lucía regresando de su paseo, ellos
yendo hacia el colegio. Un día, ella observó que el pizpireto estaba más
callado que de costumbre. El padre le explicó, en un aparte, que el niño se
había disgustado con unos compañeros del colegio porque se habían burlado de la
diferente tonalidad de sus ojos.
Lucía regresó a su hogar un poco entristecida, y como era
aficionada a escribir cuentos infantiles en sus ratos libres, decidió
escribirle uno a su pizpireto.
Al jueves siguiente, cuando se encontraron, se lo explicó:
Érase una vez una niña llamada María que no tenía amigos.
María tenía un ojo azul y otro verde, y vivía en una cabaña en medio del campo.
A un lado de aquel campo, vivían los del pueblo azul porque
todos sus niños tenían los ojos de aquel color; al otro lado, vivían los del
pueblo verde, y sus niños tenían los ojos de aquel color.
María iba todos los días al pueblo verde primero y luego al
azul. Les llevaba golosinas y, también, frutas, que recogía de su jardín,
consolaba a los niños que se habían hecho daño en sus travesuras, y también
ayudaba a los animales, porque aquellos niños, azules o verdes, eran realmente
muy traviesos, tremendos en sus juegos, y a menudo les ataban latas a las colas
de los perros o les hacían nudos a las de los gatos.
Sin embargo, ningún niño quería nunca hacer amistad con ella
porque sus ojos eran un poco de cada pueblo, pero de ninguno totalmente.
María vivía con una cotorrita de alas turquesa, que era muy
charlatana y cariñosa, pero aun así la pequeña estaba muy triste y se sentía
sola. Así que lloraba mucho, mucho. Un día lloró tanto que se volvió invisible.
El lorito empezó a revolotear y a llamarla, pero ella seguía siendo invisible.
Pasaron varios días y sucedió que los niños del pueblo azul
y los de pueblo verde empezaron a echarla en falta. Ya nadie consolaba a los
que se lastimaban, ni les traían frutas y dulces, ya nadie deshacía los nudos
de sus trastadas, hasta el sol parecía más tibio y apagado.
Un día los niños de pueblo azul y del pueblo verde se
pusieron de acuerdo y fueron a buscar a María a la casita del campo, pero al
llegar allí no vieron a nadie, solo la pequeña cotorra de plumas turquesa, que
les explicó lo sucedido.
Los niños de ojos verdes y azules, todos, empezaron a llamar
a María, pidiéndole que volviese con ellos, y tanto insistieron que la niña
regresó.
Desde entonces todos ellos viven juntos porque han hecho de
los dos pueblos, uno, y la casita de María está en el centro de ese pueblo,
como un corazón brillante que lo ilumina todo. Ah, y los niños han dejado de
hacer travesuras, bueno aún hacen alguna, pero nunca a los pobres animales.
Y, cuento contado, cuento acabado.
Cuando Lucía terminó de explicar su cuento, el pizpireto
empezó a aplaudir y una gran sonrisa se le dibujó en aquel rostro sonrosado.
El pequeño lo disfrutó tanto que le pidió a Lucía que cada
jueves, cuando se vieran, le explicara uno nuevo.
Lucía se lo prometió y, jamás, faltó
a su palabra.
- MFC